Al llegar a casa, Clara encontró a Teresa sentada en el sillón de la sala, con un libro en las manos y las gafas descansando en la punta de su nariz. Melina dormía profundamente en la habitación, su respiración pausada llenando el aire con una calma que contrastaba con el caos en el corazón de Clara. Teresa levantó la mirada al escuchar la puerta y sonrió. -Todo estuvo tranquilo, no se despertó ni una vez -dijo, cerrando el libro con delicadeza-. Es un angelito, igual que todos los niños. Clara asintió, intentando esbozar una sonrisa, pero sus labios temblaron. Dejó su bolso en la silla más cercana y caminó hacia Teresa. Sin pensarlo, la abrazó con fuerza, como si su mundo estuviera a punto de derrumbarse y Teresa fuera la única ancla que la mantenía firme. -Gracias... gracias por cuidar de Melina -susurró, pero sus palabras se quebraron en un sollozo. Teresa, sorprendida al principio, le devolvió el abrazo con suavidad, acariciándole la espalda como si
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