Tara sentía cómo el peso de la responsabilidad caía sobre sus hombros cada día más. Había logrado avanzar con sus poderes, y aunque aún no comprendía todo lo que significaba ser la última chispa, ahora sabía que sus habilidades no solo eran un regalo, sino una maldición. En cada entrenamiento con Rhidian, cada día que pasaba en el santuario, sentía que los límites de su poder se expandían, pero también crecía su miedo. Miedo a no poder controlarlos, a hacer daño sin querer, o peor aún, que los Tejedores pudieran alcanzarla.Tara observaba a Rhidian desde lejos, mientras él entrenaba con Bella. Se sentía insegura de sus propios avances. Aunque los entrenamientos de Rhidian eran intensos, él siempre lograba dominar sus habilidades, algo que Tara aún no conseguía hacer.A pesar de todo, algo dentro de ella despertaba cuando lo veía entrenar, esa chispa de atracción que ambos compartían. Rhidian era diferente a todos los demás, su presencia era imponente, su mirada fija y penetrante. Tara
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