Mi respiración se descontroló hasta convertirse en prácticamente llanto. Quería gritar de horror y, al mismo tiempo, cerrar los ojos para dejar de ver aquella inédita escena reflejada en el cristal.—No, no puede ser —gruñí mientras parpadeaba repetidamente, deseando que aquello fuera un sueño y que al abrir los ojos recuperaran su habitual color castaño.—Gabriella, necesito que te calmes —Azrael trató de hacerme entrar en razón, pero era demasiado tarde. Había comenzado a tener un ataque de pánico y, mientras más veía esos ojos, más me descontrolaba—. ¡Gabriella, por favor!No podía, aunque quisiera; mis manos estaban frías y temblaban descontroladamente. Hasta que él, con una de sus manos, cubrió mis ojos.Cuando las retiró y volví a verme, el frío color azul había desaparecido, tomando nuevamente su color natural. Sorprendida, solté todo el aire de mis pulmones y volví a mirarlo, totalmente anonadada.—¿Qué has hecho? —pregunté, aún algo alterada.—Necesito que te relajes —tomó mi
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