Ana quería que la tierra se la tragara de la vergüenza. Tenía ese único defecto cuando bebía: le daba por morder a la gente. Anoche había estado drogada pero la verdad, no ebria, y aun así había mordido a Gabriel - no habría hecho nada más vergonzoso, ¿verdad? No lo sabía y tampoco se atrevía a preguntar - eso solo lo haría más incómodo.Gabriel, temiendo incomodarla más, se retiró de forma discreta de la habitación, indicándole que saliera a desayunar cuando estuviera lista. Cuando escuchó la puerta cerrarse, Ana cayó en cuenta de otro detalle: ¿quién le había cambiado la ropa?Media hora después, Ana terminó de almorzar con Gabriel tratando de mantener la compostura. Después, había quedado en verse con Lucía. Gabriel se ofreció atento a llevarla, y al bajar del auto le dijo: —Llámame si necesitas algo.—Está bien lo haré —respondió ella.Lucía, sentada junto a la ventana de la cafetería, alcanzó a ver la escena. Cuando Ana se sentó frente a ella, sonrió con cierta picardía. —Ana, ¿nu
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