Rebeca tomó la mano de Isabella con una delicadeza calculada, guiándola hacia el centro de la habitación. La tensión en el aire era palpable, cada movimiento cargado de intención. Sus ojos se encontraron, una batalla silenciosa entre el orgullo de Isabella y la indomable voluntad de Rebeca.—Sabes que no tienes escapatoria ahora, ¿verdad? —susurró Rebeca, su tono impregnado de una mezcla de dulzura y dominio.Isabella, lejos de mostrarse intimidada, alzó la barbilla desafiándola. —Nunca quise escapar, Rebeca. Estoy aquí porque lo decidí, no porque me hayas atrapado.Rebeca sonrió suavemente, pero en su risa había algo más que diversión. Había una promesa, un juramento no pronunciado. Se inclinó hacia Isabella, acariciando su mejilla con la yema de los dedos. —Siempre he admirado esa fuerza en ti, Isabella. Es una de las razones por las que no puedo dejarte ir.Isabella sintió cómo su piel se erizaba al contacto, pero se mantuvo firme, mirando a Rebeca con un desafío apenas contenido.
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