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Todos os capítulos do El Lazo Perfecto: Capítulo 51 - Capítulo 60
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50. El reino en juego
Zulema había ganado la protección de Sonya, la mujer que Kael deseaba, y ahora parecía tener el favor del rey, un favor que Kael no estaba dispuesto a aceptar sin luchar. Pero lo que él no sabía era que en la oscuridad de sus propios aposentos, dentro de los muros del palacio, otros secretos de amor y odio tomaban forma. Los pasiones reprimidas de otros miembros del palacio, los celos, los rencores, todo se había acumulado a tal punto que el propio reino empezaba a tambalear.Nizarah, la tercera concubina del rey, con su belleza helada y su ambición desmedida, no había sido ajena a los susurros que corrían por los pasillos del palacio. Ella sabía que los amores prohibidos florecían donde menos se esperaba, y que el trono de Salim estaba más vulnerable de lo que parecía. Su odio hacia Sonya había crecido como un fuego, avivado por las mentiras que había oído sobre su relación con Kael. Pero Zulema, al arrebatarle la esclava, había desviado aún más la mirada del rey y de todos hacia su
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51. Quejas detrás de una celda
Algunos exigían su ejecución inmediata, otros pedían que la encerraran en los calabozos y la dejaran pudrirse en la oscuridad. Pero Celeste no mostró miedo, solo una determinación férrea que incluso Alexander no pudo evitar notar.Entraron al palacio, donde el aire era más frío, impregnado de incienso y mármol reluciente. Los pasillos resonaban con los pasos firmes de los soldados, mientras Alexander avanzaba con el peso de la victoria sobre sus hombros. Sabía que su padre, el rey, lo recibiría con una mezcla de orgullo y expectativa. Había traído a la hija de su enemigo, una pieza clave en el juego de poder que se desarrollaba entre los reinos.Al llegar a las puertas del gran salón, dos guardias empujaron las enormes puertas doradas, revelando la imponente figura del rey sentado en su trono. Su mirada se posó primero en su hijo, escaneándolo con detenimiento, evaluando tanto sus heridas como su postura. Luego, sus ojos cayeron sobre Celeste, y un destello de satisfacción cruzó su ex
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52. No vas a morir aquí
Celeste cerró los ojos. No podía permitirse ceder ante la fiebre. Si lo hacía, si se dejaba consumir por el delirio, entonces realmente estaría perdida. Pero el frío era tan profundo como el ardor de la herida, y su mente comenzaba a desdibujar los límites entre la realidad y el sueño.No podía rendirse. No todavía.El guardia empujó la pesada puerta de la celda, y el rechinido del metal contra la piedra resonó en el silencio opresivo. Avanzó con pasos firmes, sosteniendo la bandeja de comida con una mano y la antorcha con la otra, pero al posar la mirada en Celeste, sintió un escalofrío recorrerle la espalda.Ella seguía acostada sobre la dura cama de cemento, inmóvil, con la piel perlada de sudor y los labios pálidos como la muerte misma. Su respiración era errática, entrecortada, y su cuerpo temblaba a pesar del calor abrasador que se sentía en la celda.El guardia bajó la vista hacia la bandeja que había dejado la noche anterior. La comida estaba intacta. Ni una sola miga había si
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53. Entre dos hermanos
Faris sintió cómo su cuerpo reaccionaba por instinto. Sin pensarlo dos veces, se deslizó hacia un rincón oscuro del pasillo, ocultándose en las sombras que las antorchas no alcanzaban a disipar.Alexander estaba cerca.Se mantuvo inmóvil, controlando hasta su respiración mientras observaba a su hermano avanzar con el porte impecable de un monarca en potencia. Su presencia imponía respeto y temor en igual medida. No era el momento de enfrentarlo.No si se trataba de Celeste.Faris cerró los ojos un instante. Su hermano no podía descubrir que él había estado en la celda de la prisionera. Menos aún que, tiempo atrás, él mismo había sido quien la ayudó a escapar del palacio. Ese era un secreto que debía llevarse a la tumba.¿Por qué lo había hecho?Era una pregunta a la que aún no encontraba respuesta. Tal vez había sido un capricho, una forma de desafiar el destino que su familia le imponía. O tal vez… algo más.Desde su escondite, observó cómo Alexander avanzaba con paso decidido. Sabía
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54. La orden que quema
Los hombres intercambiaron miradas de asombro, pero no se atrevieron a cuestionarlo. Asintieron y partieron con rapidez.Alexander regresó al lado de la cama, observando el rostro febril de Celeste. No debió llegar a este estado. Aunque era una prisionera, él no tenía intención de dejarla morir como un simple despojo en una celda.Sus dedos se crisparon ligeramente. ¿Por qué hago esto?No tenía una respuesta clara, pero en el fondo, algo le decía que Celeste no era una simple enemiga. Y eso, de alguna forma, lo inquietaba.El médico del palacio llegó apresurado a los aposentos del príncipe, su expresión rígida mientras hacía una reverencia rápida.—¿Me habéis mandado llamar, Alteza? —preguntó con tono formal, pero al ver a la mujer tendida en la cama, su rostro se ensombreció.Alexander no perdió tiempo. Se apartó del lecho y señaló a Celeste con un movimiento de la mano.—Atiéndela —ordenó sin rodeos.El médico frunció el ceño, observando con desagrado el estado de la prisionera.—Al
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55. El vínculo secreto
Pero Sonya, más rápida de lo que la otra esperaba, atrapó su muñeca en el aire.Los murmullos se detuvieron.Las miradas sorprendidas de las criadas iban de una mujer a la otra. Sonya respiraba con fuerza, su ira contenida vibrando en el aire entre ambas.—No te equivoques conmigo —dijo Sonya, con voz baja pero letal —No soy una simple sirvienta a la que puedas golpear como te plazca.Los ojos de la jefa de las criadas destellaron con furia, pero por primera vez, también con un destello de precaución.Con un movimiento brusco, Sonya soltó su muñeca y dio un paso atrás.El aire se volvió pesado.—Limpien este desastre —ordenó la jefa de las criadas con un gruñido, su orgullo herido por la resistencia de Sonya.Las doncellas se apresuraron a obedecer, temblando ante la tensión en el aire.Sonya no dijo nada más. Simplemente se giró y se alejó con paso firme, pero en su interior, una única certeza crecía como una sombra oscura en su alma.Si la jefa de las criadas quería verla muerta, te
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56. Entre lealtades y traiciones
La concubina real avanzó con una elegancia calculada, su vestido de seda oscura flotando con cada paso. Su rostro se reno no mostraba rastro de vacilación.El rey entrecerró los ojos.—¿Tú… ordenaste esto?Zulema inclinó la cabeza en señal de respeto, pero no bajó la mirada.—No lo ordené, mi señor… pero sí aconsejé a mi hijo que mantuviera con vida a la prisionera. Una muerte innecesaria no traería ninguna ventaja a nuestro reino.Las palabras de la concubina hicieron que los murmullos entre los consejeros se intensificaran nuevamente. Algunos parecían dudar, mientras que otros encontraban cierto sentido en su argumento.El rey la observó con dureza, pero antes de que pudiera hablar, Zulema prosiguió.—Y no solo eso… me aseguré de que mi propia esclava personal, Sonya, cuidara de la prisionera. Así, todo permanecería bajo nuestro control.Alexander giró el rostro hacia su madre con sorpresa apenas disimulada. ¿Por qué estaba cubriéndolo de esa forma?El rey Salim la estudió por un la
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57. Desprecio y redención
Kael aflojó el agarre, pero no la dejó ir.Porque ambos sabían que ninguno de los dos estaba dispuesto a retroceder.El agua seguía agitándose a su alrededor, testigo mudo de la lucha silenciosa que se libraba entre ellos. Kael apretó más fuerte los brazos de Nizarah, su agarre tan firme que ella sintió la presión arder sobre su piel.—No importa cuántas veces lo intentes —gruñó él, su voz grave y afilada como una hoja de acero —Nunca volveré a caer en tu juego.Sus ojos, oscuros y despiadados, perforaron los de ella con una intensidad gélida. Se negaba a ceder.Nizarah apretó los labios, sintiendo la rabia hervir en su interior. Su cuerpo, aún atrapado contra el de Kael, estaba tenso como un arco listo para disparar. Pero él no le daba espacio para moverse, no le daba oportunidad de tomar el control.—¿Eso es lo que crees? —susurró ella, con un dejo de burla en la voz, aunque su mirada traicionaba la ira que crecía en su interior.Kael inclinó su rostro apenas un poco más, lo suficie
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58. El Primer Golpe
El amanecer apenas despuntaba cuando los gritos de guerra rompieron la quietud del Paso de los Cuervos. La emboscada fue rápida, precisa y letal. Los rebeldes de Hassan descendieron desde las alturas con la ferocidad de un vendaval, lanzándose sobre la caravana real antes de que los guardias pudieran organizarse.El polvo y la sangre se mezclaron en el aire. Los caballos relinchaban enloquecidos, las ruedas de los carros quedaron atascadas en la arena, y las armas chocaban en una sinfonía de muerte. Los soldados del rey cayeron uno tras otro, superados en número y estrategia.Cuando todo terminó, Hassan se alzó entre los cadáveres, cubierto de sangre enemiga pero sin una sola herida en su cuerpo.Sus ojos oscuros se posaron en el único guardia que aún respiraba.—De rodillas —ordenó con voz fría.El hombre, temblando, obedeció de inmediato. Su armadura estaba abollada, su rostro cubierto de sudor y miedo.Hassan sacó una daga curva y la deslizó por la garganta del soldado, sin llegar
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59. La Verdad Oculta
—No permitiré que las asesinen como si fueran criminales comunes —su tono estaba cargado de veneno, pero contenido por el peso de la diplomacia —Si Celeste es la heredera de la rebelión, entonces ella es la clave para negociar con Hassan y evitar más derramamiento de sangre.Amir sonrió con burla.—¿Negociar? —soltó con desprecio —¿Desde cuándo te preocupan los destinos de las mujeres, Kael?Kael apretó los puños con tanta fuerza que los nudillos le dolieron. Amir sabía perfectamente lo que Sonya significaba para él y lo usaba como una burla.Antes de que pudiera replicar, Alexander se adelantó, con su mirada desafiante fija en Amir.—Y si la ejecutamos, lo único que lograremos será una guerra de la que el reino no podrá salir ileso —sentenció con firmeza —Si Celeste Arden muere, Hassan no tendrá razones para negociar, y atacará con todo su ejército.Los ojos de Amir se entrecerraron con furia contenida, evaluando las palabras de su hermano. Alexander nunca se oponía a él tan abiertam
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