Con todas mis fuerzas me contuve para no dejar caer las lágrimas. El dolor más profundo viene muchas veces de quien alguna vez más amamos. La desesperación y el odio ocupaban mi ser, mis dedos temblaban.Después de un momento, repentinamente me sentí resignada y volteé a mirarlo:—¿Seguirías aumentando el precio si yo sigo ofertando?Los ojos de Antonio vacilaron, como si también estuviera sufriendo, y murmuró:—María, ya basta.Lo ignoré y, sonriendo, levanté mi paleta:—¡Tres millones!En el peor de los casos, me convertiría en el hazmerreír, vendería mi empresa para pagar la multa y quedaría en la ruina, teniendo que empezar desde cero.Pero si ganaba esta apuesta, ¿no lograría hacerlo sangrar financieramente y sentir algo de dolor también?—¡María! —Como esperaba, después de mi oferta de tres millones, Antonio perdió la compostura.Pero Isabel, en su ingenuidad, no entendía nada.Viendo que Antonio dudaba y que el subastador estaba a punto de usar el martillo, ella repentinamente l
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