La brisa suave acariciaba los jardines, donde la luz del atardecer tiñó todo de un dorado mágico. Era el día perfecto. El aire estaba cargado de promesas, y el mundo parecía haberse detenido, como si todo fuera un sueño, suspendido en la serenidad de un momento eterno. Kamill estaba allí, en el altar, con su porte elegante y su mirada fiera color esmeralda, tan intensa y peligrosa que, a pesar de su quietud, parecía capaz de someter todo a su voluntad. Su traje negro, perfectamente entallado, parecía una segunda piel, y sus ojos, ocultos tras la sombra de su cabello oscuro, nunca dejaban de escrutar, como si aguardara algo… o alguien.En la penumbra se alza el trono, donde su sombra teje el destino, el Rey de la Mafia, en su silencio, guarda el peso de un reino perdido.Sus ojos, fríos como el acero, miran el altar, la espera constante, la Reina llegará, y con ella, la noche será más vibrante.Su aura, un fuego de hielo y llama, cerca a todos, sin tocar, sin hablar, un susurro mortal
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