118. La reverencia
Al llegar a su apartamento, el lugar que solía ser su refugio ahora se sentía grande, vacío, como si la calidez que Hadriel había traído consigo se hubiera desvanecido. Sin embargo, cuando cruzó la puerta, el sonido suave y rítmico de la respiración de sus gemelos la recibió. Esa melodía calmó un poco el caos que se arremolinaba en su interior. Hellen se dirigió al cuarto de los niños, y al entrar, una oleada de amor y ternura la envolvió. Sus dos pequeños estaban allí, en su cuna, durmiendo pacíficamente, ajenos a la tormenta emocional que sacudía el mundo de su madre.Hellen se acercó con cuidado, temiendo despertarlos, pero necesitaba sentir su cercanía. Con delicadeza, levantó primero a uno y luego al otro, sosteniéndolos contra su pecho. Sentir el calor de sus cuerpos, el peso de sus diminutos seres en sus brazos, le trajo una sensación de paz que hacía mucho no experimentaba. En ese momento, recordó que, a pesar de todo lo que había perdido, también había ganado algo invaluable:
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