Mónica se vio una última vez en el espejo, Elsa la acompañaba y tenían que salir de la mansión. Estaba lista, bella y emocionada por su boda. El vestido blanco la hacía ver como una princesa, porque le agregaron piedras preciosas en la parte del torso. Ella quería llorar, pero no iba a arruinar el maquillaje que le hizo la estilista profesional que se fue hace rato. —Oh, Mónica —Elsa no contuvo las lágrimas. Sollozó, como no se echó rímel, no le importó llorar. Abrazó a su querida amiga y jefa, la que conoció por obras del destino y vio cómo olvidó a su antiguo amor, para darse la oportunidad de conocer a alguien mucho mejor. —¿Me veo bien? ¿No me falta nada? —interrogó, mordiéndose el labio—. Papá debe de estar afuera esperándonos. Él me llevará al altar. —¿Que si te ves bien? ¡Te ves increíble! Por Dios, eres la novia más hermosa que he visto en mi vida —chilló, secando sus lágrimas—. Si no fuera heterosexual, sin dudas me enamoraría de ti. —Ay, Elsa, no exageres —refutó, en u
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