Media hora después, Katrine y Sofie se plantaron frente a la comisaría, mientras el frío aire de la mañana parecía calarlas hasta los huesos, y el sol apenas iluminaba la ciudad. Katrine sostenía entre sus manos temblorosas la carpeta con los documentos, con el rostro desfigurado por los nervios y el miedo. Sofie, por su lado, se mantenía junto a su amiga, como un muro inquebrantable, dispuesta a apoyarla hasta el final, en cada paso de lo tortuoso que sabía que sería ese camino.—¿Estás lista? —preguntó, buscando la mirada de Katrine.—No… —murmuró su amiga, tragando saliva con dificultad—, pero, si no lo hago ahora, no lo haré nunca.Sofie le dio un reconfortante apretón en el brazo, animándola, tras lo cual ambas avanzaron haca las puertas acristaladas de la comisaría.Una vez dentro, las recibió un policía con un uniforme azul y aire profesional y amable, cuyo rostro, al ver el estado de Katrine, adoptó un sutil gesto de preocupación.—Buenos días, señoritas. ¿En qué las puedo ayu
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