Después de todo, en presencia de la señora Torres, Diego debía seguir interpretando su papel de joven aficionado a la meditación. Adriana, con cierta cautela en sus palabras, respondió: —Pues ya sabes, siempre riendo, desenfadado y despreocupado.La señora Torres quedó sorprendida y se giró hacia Patricia, la ama de llaves.Patricia, con una expresión algo pensativa, se esforzó por encontrar una explicación plausible antes de murmurarle al oído: —Tal vez Pablo sea diferente cuando está con Adriana. Puede que en privado se comporte de otra manera.Sí, eso tenía sentido.La señora Torres lo entendió, convencida. Antes del accidente de hace ocho años, Pablo no era tan frío y distante. Quizás, en compañía de alguien a quien realmente quisiera, volvería a ser más abierto y cálido.—Está bien, — dijo la señora Torres, aceptando repetidamente, —es una buena chica. Debe haber sido difícil para ti mantener este matrimonio en secreto.—Para nada, comprendo que todo esto es por un bien mayor, — r
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