Marella los observó con odio encendido. Se levantó del suelo, su labio sangrando, pero una sonrisa torcida apareció en su rostro.—¡Jódanse! —escupió a sus pies, su voz cargada de veneno.Eduardo la miró lleno de rabia, su rostro irritado, y de un golpe, abofeteó su mejilla con fuerza. El eco del golpe resonó en la sala.Marella cayó al suelo, el dolor se extendió por su cara, pero en lugar de llorar, comenzó a reír. Una risa aguda y amarga que hizo que el aire en la habitación se sintiera pesado.—Eduardo Aragón, ¿me golpeas porque herí tu orgullo... o porque dudas de que ese bebé que espera ella sea tuyo? —susurró, cada palabra, una daga.Eduardo frunció el ceño, su rostro se puso rojo de ira. Marella lo miró, luego desvió la vista hacia la puerta, pero sonrió, triunfante.—No me disculparé. Sigo pensando que tu mujer es una zorra, y ese hijo que espera no es tuyo. Cría un bastardo, Eduardo... ya sabes lo que dicen, "de tal palo, tal astilla."—¡Marella! —rugió Eduardo, su voz era co
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