Agustín conducía el auto con el ceño fruncido, acelerando con cada queja que Marella dejaba escapar.Miranda, sentada a su lado, le lanzaba miradas de preocupación, sin atreverse a hablar para no alterar aún más la tensa atmósfera.En el asiento trasero, Dylan sostenía la mano de Marella con tanta fuerza que sus propios dedos comenzaban a entumecerse. No le importaba.Su mirada estaba fija en ella, en su rostro pálido, perlado de sudor, en cómo mordía su labio, intentando contener los gemidos de dolor. Cada quejido la hacía parecer más frágil, y eso lo destrozaba.—Respira, mi amor… estoy aquí —susurraba, su voz quebrada mientras acariciaba su frente húmeda—. Todo estará bien, te lo prometo.Pero Marella no podía escucharlo del todo.El dolor la invadía como una tormenta implacable, y junto con él, el miedo: miedo de no ser lo suficientemente fuerte, de que algo pudiera salir mal, de lo desconocido que estaba por enfrentar.Un auto con guardias los seguía de cerca, como una sombra prot
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