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Eduardo observaba la cuenta del hospital con una mezcla de frustración y alivio. Aunque no quería depender del dinero de su padre, saber que alguien más había pagado la deuda le quitaba un gran peso de encima. Intuía que Dylan estaba detrás de aquello.«¿Cómo es que tienes tanta suerte, Dylan?», pensó, apretando los dientes con rabia. Cada gesto de superioridad de Dylan era como una daga en su orgullo. «Debe haber una manera de destruirte. No puedes tener todo lo que yo siempre merecí».Su mirada se oscureció, mientras un nuevo plan comenzaba a formarse en su mente.***Tres meses después.Marella y Suzy se sentaron en una pequeña cafetería, rodeadas de papeles y listas para planificar la boda de Suzy. Esta, por fin, había obtenido el divorcio de Carlos después de meses de enfrentamientos legales. Aunque él intentó detenerlo, la justicia prevaleció.—Quiero algo íntimo, Marella. No necesito una boda grande, pero sí quiero que sea hermosa y especial —dijo Suzy con una sonrisa que irradi
Agustín conducía el auto con el ceño fruncido, acelerando con cada queja que Marella dejaba escapar.Miranda, sentada a su lado, le lanzaba miradas de preocupación, sin atreverse a hablar para no alterar aún más la tensa atmósfera.En el asiento trasero, Dylan sostenía la mano de Marella con tanta fuerza que sus propios dedos comenzaban a entumecerse. No le importaba.Su mirada estaba fija en ella, en su rostro pálido, perlado de sudor, en cómo mordía su labio, intentando contener los gemidos de dolor. Cada quejido la hacía parecer más frágil, y eso lo destrozaba.—Respira, mi amor… estoy aquí —susurraba, su voz quebrada mientras acariciaba su frente húmeda—. Todo estará bien, te lo prometo.Pero Marella no podía escucharlo del todo.El dolor la invadía como una tormenta implacable, y junto con él, el miedo: miedo de no ser lo suficientemente fuerte, de que algo pudiera salir mal, de lo desconocido que estaba por enfrentar.Un auto con guardias los seguía de cerca, como una sombra prot
Al día siguienteEduardo se levantó temprano. Apenas había logrado dormir durante la noche.Las dudas que lo atormentaban parecían haber encontrado eco en el llanto inconsolable de la bebé, que llenaba la habitación con su pequeña pero insistente voz.Miró hacia el lado de la cama donde Glinda seguía durmiendo profundamente, ajena al ruido y al caos que causaba su hija.—La niña tiene hambre —dijo Eduardo, tratando de mantener la calma mientras la sacudía ligeramente para despertarla.Glinda abrió un ojo con desdén, estirándose como si el esfuerzo de atender a la bebé no fuera su responsabilidad.—Dale de comer tú. Hay biberones listos en la cocina.Su voz era seca, indiferente, y señaló con pereza hacia el refrigerador antes de darse la vuelta y taparse con las mantas.Eduardo apretó la mandíbula, luchando contra el impulso de gritarle. ¿Cómo podía ser tan egoísta?Sin decir más, se levantó de la cama, fue a buscar un biberón y, tras calentarlo, tomó a la bebé en brazos.Mientras la a
Marella y Dylan llegaron a casa, con la ayuda de Miranda y Agustín.El pequeño bebé descansaba en los brazos de su madre.La guardería estaba lista, decorada en tonos suaves de azul y blanco.Marella lo colocó con cuidado en la cuna. Sus ojos brillaban de agotamiento, pero también de un amor inmenso y protector.—Debes dormir, amor —dijo en voz baja, caminando hacia la habitación principal.Ella negó con la cabeza, aunque el cansancio era evidente en su rostro.—No, Dylan. Quiero estar con mi bebé. No puedo dejarlo solo.Él sonrió con ternura, besando su frente mientras la acomodaba en la cama.—Nuestro hijo está en buenas manos, cariño. Mi madre lo cuidará por ahora, y yo estaré pendiente. Pero tú necesitas descansar. Fuiste increíblemente valiente hoy, Marella. Te admiro tanto… Te amo más de lo que las palabras pueden explicar.Marella sintió cómo su corazón latía más rápido ante esas palabras.—¿De verdad aún me amas? —preguntó en un susurro—. Me veo tan gorda y fea…Dylan tomó su
Al día siguiente, Eduardo estaba en casa, terminando un café mientras vigilaba a Mora, que dormía plácidamente en su cuna.Su mente aún daba vueltas a las palabras de Dylan cuando, inesperadamente, escuchó el sonido de la puerta principal.Al abrir, se encontró cara a cara con su madre, Yolanda, quien entró apresuradamente sin esperar invitación.—¿Qué haces aquí? —preguntó Eduardo con frialdad, cerrando la puerta tras ella.Yolanda no perdió tiempo en rodeos.—¿Te enteraste? Ha nacido el hijo de Dylan y Marella.Eduardo alzó una ceja, cruzando los brazos.—Sí, lo sé. ¿Y eso qué tiene que ver conmigo?Ella se inclinó hacia él, bajando la voz con un tono conspirativo.—Es sencillo, hijo. Ese niño es la llave para recuperar lo que nos pertenece. Solo necesitamos secuestrarlo, y Dylan hará cualquier cosa para recuperarlo. Incluso devolvernos la fortuna que tan injustamente nos arrebató.Por un momento, Eduardo la miró como si ella hubiera perdido la razón.Dio un paso atrás, con una expre
Máximo se sentó en la fría camilla del hospital, su mirada perdida mientras el doctor terminaba de revisar la herida que nunca parecía sanar. La expresión del médico era seria, casi exasperada.—Ya le he comentado antes, señor Aragón. Su problema de circulación está empeorando, y esa herida no ha cicatrizado en tres meses. Además, su reciente diagnóstico de diabetes lo está complicando aún más. Si no se cuida, podría enfrentar consecuencias graves.Máximo levantó la mirada, con un brillo de incertidumbre en los ojos.—¿Estoy muriendo? —preguntó, su voz cargada de un peso que llevaba acumulando en silencio.El doctor lo miró con firmeza, aunque no sin cierta compasión.—No por ahora, pero si sigue ignorando las recomendaciones, podría terminar lamentándolo.La enfermera entró, interrumpiendo el tenso intercambio. Limpió la herida con cuidado, aunque el escozor hizo que Máximo frunciera el ceño. Después de vendarlo con movimientos meticulosos, le entregó las instrucciones con un tono ama
Eduardo sintió un torbellino de odio, una ira que le quemaba el pecho y lo hacía temblar. Su madre, la mujer que debía haberlo protegido, lo había traicionado de la forma más cruel. Sus ojos se enrojecieron mientras apretaba los puños con tanta fuerza que sus uñas casi atravesaron la piel. La rabia se mezclaba con una profunda tristeza que no podía admitir.Tomó su teléfono, sus dedos temblaban al marcar el número. La voz de Yolanda respondió con una alegría falsa que solo encendió más su furia.—¡Hijo! —exclamó ella, emocionada—. Dime que recapacitaste, cariño. Tengo todo listo, personas dispuestas a ayudarnos a recuperar lo que es nuestro, la fortuna de los Aragón.Eduardo sintió náuseas al escuchar su tono manipulador.—Sí —respondió con frialdad contenida—. Dime, ¿dónde te veo?Ella, sin captar el veneno en sus palabras, le dio una dirección. Eduardo colgó sin decir más, pero su mirada estaba perdida. La furia crepitaba en su interior como una tormenta eléctrica.***Mientras tanto
La noche había caído, envolviendo la mansión en un silencio inquietante que apenas lograba cubrir la tensión que se sentía en el aire. Glinda llegó poco antes del anochecer, caminando con un porte cínico que rayaba en la insolencia. Sus pensamientos se enredaban en una mezcla de desprecio y ambición. Mientras se miraba en el reflejo de una ventana, una sonrisa amarga se dibujó en sus labios.«Si ese hombre con el que estuve hoy me llama y me vuelve su amante, ya no me importará abandonar a Eduardo. Al final, él no es más que un bastardo, y Mora... Mora puede quedarse con él. Merece criar a una bastarda como él», pensó, y su risa seca resonó en el pasillo vacío.En su andar despreocupado, se cruzó con Máximo, quien estaba cargado de bolsas con pañales y leche en polvo para Mora. Su mirada severa se clavó en ella.—¡¿Dónde demonios estabas, Glinda?! —le espetó con una furia apenas contenida—. ¡La niña te necesita! Es tu hija, por el amor de Dios.Glinda rodó los ojos, su desdén tan evide