—¡Es mentira! ¡Mi hijo es incapaz de lastimar a una mujer! —gritó Yolanda, su voz cargada de rabia y desesperación.Marella soltó una risa seca, amarga, que resonó en el aire como una sentencia.Dylan apartó los ojos de Yolanda para mirar a Cecilia. Ella, con el rostro bañado en lágrimas, se aferraba al borde de la mesa, suplicante.—¡Te lo juro, Dylan! —gimió—. No quería, no quería engañarte...El rostro de Dylan permaneció frío, impenetrable.—No te creo —dijo, con una calma que dolía más que cualquier grito—. Lo hiciste. Me engañaste, me lastimaste, y eso no tiene perdón. Ahora vete. Lucha por darle a tu hijo un buen padre, porque es lo único que puedes hacer por él.Cecilia bajó la mirada, como si cada palabra de Dylan la aplastara. Con un sollozo desgarrador, huyó de la habitación, dejando tras de sí un eco de vergüenza y arrepentimiento.En el silencio que quedó, Dylan buscó a Marella. Extendió su mano hacia ella, y cuando ella la tomó, algo dentro de él se calmó. Era lo que nece
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