Yo presentí con anticipación que lo iban a matar a Marcus. Tuve una horrible pesadilla. Lo percibí en mis pensamientos con la cara ensangrentada y estaba en un corcel blanco, muy altivo y orgulloso, mirándome desde una loma alfombrada de rosas y tulipanes. Me miraba sonriente, con sus ojos tan cautivantes, pero al sangre chorreaba por sus mejillas y le mojaba la camisa. El caballo relinchaba y asentía con la cabeza. Hacía un viento fuerte porque jugaba con los crines del corcel y lejos fulguraba un Sol tenue moribundo, recortado entre cerros pelados y cadavéricos. -Mi sueño está cumplido-, Andrea, me dijo Marcus con la voz apagada, triste, vacía y gutural, igual a un tosido tosco, parecido al bufido de un animal herido. -No te vayas-, le pedí entonces, llorando, corriendo hacia él, sollozando, pero el viento me detenía, me contenía, no me dejaba avanzar y me empujaba hacia atrás. -No te vayas, yo te amo, te amo mucho-, le suplicaba yo, pero Marcus tomó las riendas del caballo
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