Cuando llegamos a la casa, apenas cerré la puerta, Raegan no soltó mi brazo, sujetándome con una fuerza que me hizo fruncir el ceño de dolor. —¡Raegan, me estás lastimando! —grité, tratando de liberarme, pero su agarre solo se hizo más firme. Su mirada estaba llena de furia y decepción, y su voz salió en un grito cargado de enojo y celos. —¿Qué hacías a solas con ese imbécil, Alexa? —me espetó, cada palabra como un latigazo. Sentí cómo la tensión crecía entre nosotros. Sabía que no había sido la mejor situación, pero también estaba harta de que me culpara sin escucharme. Lo miré, furiosa, y traté de mantener la calma, aunque mi corazón latía con fuerza. —¿De verdad crees que yo quería estar ahí? —le respondí con voz firme, aunque una parte de mí temblaba—. No tenía intención de hablar con él, Raegan, fue él quien me buscó… estaba borracho y fuera de control. Él soltó un bufido, como si no pudiera creerme. —Siempre es lo mismo, Alexa. Dices que no quieres verlo, pero ca
Leer más