DamianNunca, y digo, nunca llevo a nadie a mi casa. Mucho menos a una mujer, y menos aún una mujer en el estado en el que está Emma ahora mismo, entre medio ebria y nostálgica, apoyada contra la ventanilla y perdiéndose en la ciudad que pasa ante sus ojos.Sus ojos reflejan una mezcla de tristeza y desinhibición que no puedo ignorar, una que ya he visto en otros rostros antes, pero que, viniendo de ella, me produce algo que no soy capaz de definir.En realidad, en lo único que puedo pensar es en que debería llevarla a casa de su amiga. Es lo lógico y lo sensato. Pero la idea de Emma, bailando sola en medio de la pista del bar, rodeada de extraños que intentan acercarse más de la cuenta, logra algo en mí que, sin entender por qué, me impidió hacerlo.Y ahora, aquí estoy, llevándola directamente a mi casa y decidiendo ignorar las consecuencias.Nos detenemos en un semáforo y Emma, tras varias canciones pasadas de una a otra como si buscara un canal de radio en pleno caos, se detiene
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