A Damián se le hizo piedra el corazón apenas escucho el sollozo de su mujer, se dio la vuelta y aunque llovía sobre ellos, las lágrimas de ella no pasaban desapercibidas, no podía irse aunque su orgullo o su reputación dependiera de eso, sus piernas se movieron solas, corriendo hacia ella, sus brazos rápidamente la rodearon, un cuerpo tan pequeño, indefenso y temblosos; la abrazo fuerte, tratando de pegar alguna parte que estuviera rota, ella volvió a sostenerlo pero esta vez agarró un puño de su camisa mojada. — Por favor...vamos adentro. — Susurro acurrucada en su pecho. Él la levanto entre sus brazos como una princesa, besándole la frente, protegiéndola del clima. Suspiro agradecida del buen corazón de Damián, se sentía como una vil mentirosa, uso la última arma: las lágrimas; desgraciadamente solo puede usarse tres veces, más de tres dejan de perder efecto. Escurriendo agua lo llevó a su habitación, donde la dejo ponerse en pie con suavidad, sosteniéndola con cuidado. Una vez
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