Matthew caminaba de un lado a otro, incapaz de quedarse quieto. Las paredes blancas del hospital le resultaban opresivas, y el aroma a desinfectante parecía invadir cada resquicio de sus pensamientos. No podía concentrarse en nada que no fuera la imagen de Emilia postrada en una cama, luchando por sobrevivir. El reloj en la pared marcaba el paso del tiempo, pero para él, cada segundo era una eternidad.Emma estaba sentada, con la cabeza entre las manos, agotada tanto física como emocionalmente. Habían pasado casi veinticuatro horas desde que los médicos llevaron a Emilia a la sala de emergencias, y las noticias eran escasas. El silencio en la sala de espera solo servía para intensificar la ansiedad que ambos sentían.—Emma, ¿qué fue lo que pasó exactamente? —preguntó Matthew de repente, su voz ronca por la tensión acumulada.Emma levantó la mirada hacia él, sus ojos aún rojos por el llanto. Sabía que este era un momento delicado, y que debía explicarle todo con calma, aunque ella mism
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