Mientras alcanzaba el éxtasis, Bethany alzó su mirada hacia las estrellas, testigos mudos de la pasión que desbordaba de sus cuerpos. Los prometidos estaban en el jardín trasero de la casa, adentrados en la piscina, entregándose a los deseos de la carne. Ciro tenía a su amada contra el bordillo haciéndole el amor. En su mente no había cavidad para alguien más que Bethany. No percibía otro perfume que no fuese el de lavanda que rezumaba de su piel, no degustaba un sabor diferente al de cerezas de su pinta labio y su tacto empezaba a recuperar lo que en el pasado fue suyo. Bethany era todo lo que tenía, todo lo sentía. En ella giraba su mundo. Por su parte, Bethany no era recíproca a sus sentimientos. Su mente le jugaba sucio y, en lugar, de permitirle disfrutar de su prometido, le entregaba otros recuerdos que la confundían. Adheridos a Brahim: su fragancia, su tacto, su voz... Lo sentía más familiar que a su prometido. Se afanó por vivir el instante, por sentir al hombre que con tant
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