Narrador Federick se tomó la cabeza entre las manos, su grito rasgó el aire, y las lágrimas inundaron su rostro. El dolor lo invadió con una intensidad que no había experimentado desde la pérdida de su hija. Pero esta vez era peor, mucho peor, porque sabía que sus hijos estaban en manos equivocadas, atrapados en una situación de la que no podía salvarlos. John apareció detrás de él, abrazándolo con firmeza, tratando de darle fuerza. —La policía ya está en camino, Federick. Necesito que te calmes, hijo, necesitamos que seas fuerte. —¡Papá! ¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué? —Federick se desplomó, las piernas cedieron bajo el peso de su angustia. El dolor lo envolvía, como si todo su mundo se estuviera desmoronando. —Levántate, hijo, por favor. Confía en la policía, ya lo están manejando, acordonaron la ciudad, vamos a encontrarlos. —No puedo esperar, papá. Necesito ir por ellos. John bajó la mirada, la impotencia lo estrujaba tanto como a su hijo. —Lo sé, Federick. Lo sé. Va
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