Narrador—Me encanta que contigo pueda hacer el amor de tantas formas —dijo Federick, abrazando a Charlotte y besándola en la frente.Charlotte acarició la mejilla de Federick y suspiró, su voz cargada de emoción.—Mientras yo siga viva, siempre haré el amor contigo. Siempre quiero estar a tu lado, Federick, y ser complaciente en todos los sentidos.Federick se separó de su pecho y la miró con ternura, tomando sus manos.—No cariño, soy yo quien quiero complacerte en todo lo que desees. Eres mi amor, mi mujer, y nadie va a cambiar eso. ¿Me oyes?Charlotte sonrió, conmovida por sus palabras.—Gracias por tanto amor. Bueno, cariño, mi mamá debe estar por regresar. Le pedí que me comprara algunas cosas. Me extraña que la enfermera no esté. Voy a llamarle a su teléfono.—Claro, preciosa, no te preocupes. Aunque desde que estoy aquí, seré tu enfermero. Si ya no te sientes cómoda con ella, adelanta el pago de los meses que faltan, dale una indemnización y que se vaya. Yo cuidaré de ti.Char
Narrador. Joanne llegó al hospital, su corazón se sentía pesado y su mente llena de tormentos. Las lágrimas caían sin control mientras caminaba por el pasillo, el dolor la inundaba por completo, y no sabía cuánto más podría resistir. Al llegar a la entrada de la habitación de su hijo, vio a las cuatro personas a las que más amaba y por las que había arriesgado todo. Su madre, su padre, su pequeña hermana y su esposo estaban allí, derrotados por una tristeza que parecía devorarlos por dentro.El silencio en la habitación era abrumador. Cuando su esposo levantó la cabeza y la miró, el gesto de su rostro, una negación sutil pero devastadora, fue suficiente para que Joanne supiera que había llegado demasiado tarde. El esfuerzo por salvar a su hijo había sido en vano. El dolor de la pérdida la golpeó con una fuerza brutal, pero lo peor de todo fue darse cuenta de que, en su desesperación por actuar, había arrastrado a su familia al mismo abismo del que nunca podrían escapar.—¡Joanne! —Su
—Cariño, por favor, necesitas calmarte un poco. Estás muy nerviosa, y si sigues así, será más difícil que te puedan someter a la cesárea —dijo Federick, tomando la mano de Charlotte, que temblaba y palidecía a causa de los nervios ante lo que estaba por vivir.—¿Y si las cosas no salen bien? ¿Y si le pasa algo a alguno de nuestros hijos? ¡Federick, te juro que no lo resistiría! —Charlotte bajó la cabeza y dejó que una lágrima se deslizara por su mejilla.Federick levantó su rostro con ternura, sosteniéndole el mentón.—Todo va a salir bien, mi amor. Hemos sufrido demasiado, y estos hijos que están por llegar tienen el único propósito de sanar todo el dolor que hemos vivido. Créeme, ¡ten fe!—¡Ay, Federick! Dirás que soy un ave de mal agüero, pero de verdad tengo un mal presentimiento, como si algo estuviera por suceder, y no quiero que pase nada malo.Federick la abrazó con fuerza, acariciando su cabello mientras la mantenía cerca de su pecho. Aunque él también sentía una ligera preoc
Federick no apartaba la vista de las incubadoras donde descansaban sus pequeños, sumido en pensamientos, sintiéndose desconcertado y preocupado. Su mente no dejaba de dar vueltas sobre la mujer que se había hecho pasar por la hermana de Charlotte.—Señor Maclovin, ¿hay algo más en lo que pueda ayudarle? ¿O todo está en orden? —preguntó la enfermera que los había acompañado desde la sala de cirugía, interrumpiendo sus pensamientos.—Sí, enfermera, es que me parece realmente extraño que una mujer haya venido a preguntar por mi esposa. ¿Está completamente segura de lo que nos dijo? Porque si es así, necesitamos saber quién fue y qué está buscando.—Señor Maclovin, no tendría por qué mentir. No soy una persona que pase por alto este tipo de situaciones, además, esta es una clínica privada, y el nacimiento de sus hijos estaba programado. Estamos muy atentos a todos los detalles. De hecho, me pareció raro que ella no estuviera registrada, pero cuando me dijo que ustedes estaban tomando café
Narrador Dora y George llegaron a la sala de recuperación justo cuando Charlotte acababa de despertar de la anestesia. Al verlos, sus ojos se iluminaron y, con una sonrisa, los saludó. — ¡Hola! ¿Y Federick? — preguntó en un tono suave. Dora se acercó a ella y, con todo el cariño del mundo, le dio un beso en la frente. — Está solucionando un problema relacionado con los gemelos — dijo la mujer, pero en lugar de tranquilizar a su hija, sus palabras provocaron un ataque de nervios en Charlotte. — ¿Qué? — Charlotte enderezó la cabeza, preocupada. — ¿Pasa algo con mis hijos? — Un escalofrío recorrió su cuerpo hasta llegar a su espina dorsal. George rodó los ojos ante las palabras de su esposa. — Claro que no, mi amor. Sólo está resolviendo unos asuntos, nada importante. Y cuéntanos, ¿cómo te sientes, cariño? — Papá, yo estoy bien, solo tengo dolor, pero supongo que es normal. Quiero ver a mis hijos. ¿Ustedes ya los vieron? — preguntó, angustiada. — Sí, hija, y son preciosos. Los v
Narrador Federick se tomó la cabeza entre las manos, su grito rasgó el aire, y las lágrimas inundaron su rostro. El dolor lo invadió con una intensidad que no había experimentado desde la pérdida de su hija. Pero esta vez era peor, mucho peor, porque sabía que sus hijos estaban en manos equivocadas, atrapados en una situación de la que no podía salvarlos. John apareció detrás de él, abrazándolo con firmeza, tratando de darle fuerza. —La policía ya está en camino, Federick. Necesito que te calmes, hijo, necesitamos que seas fuerte. —¡Papá! ¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué? —Federick se desplomó, las piernas cedieron bajo el peso de su angustia. El dolor lo envolvía, como si todo su mundo se estuviera desmoronando. —Levántate, hijo, por favor. Confía en la policía, ya lo están manejando, acordonaron la ciudad, vamos a encontrarlos. —No puedo esperar, papá. Necesito ir por ellos. John bajó la mirada, la impotencia lo estrujaba tanto como a su hijo. —Lo sé, Federick. Lo sé. Va
Narrador. Federick se hundió en el asiento de su auto, apoyando la cabeza contra el volante. Las lágrimas cayeron con desesperación mientras trataba de calmarse, pero la confusión y el miedo lo superaban. Con las manos temblorosas, encendió el motor y arrancó de inmediato, pero conducir se sentía casi imposible. Un torrente de pensamientos caóticos invadía su mente, cada uno más oscuro y aterrador que el anterior, como si su mundo se desmoronara a su alrededor.No podía concentrarse, ni siquiera sabía exactamente a dónde ir. Solo aceleró por la avenida que conducía al hospital, con la esperanza de encontrar algo, cualquier pista que lo acercara a sus hijos.Mientras tanto, la policía estaba cerca de identificar la ambulancia en la que Joanne y las dos enfermeras huían con los gemelos. Dentro de ella, el ambiente era tenso, la angustia se reflejaba en los rostros de las mujeres. Joanne, con los ojos llenos de pánico, intentaba mantener la calma, pero la desesperación la invadía por co
Narrador Federick pisó el acelerador con toda la fuerza que pudo, sus manos sudorosas resbalando por el volante, mientras los nervios lo empujaban a conducir más rápido, sin importar los límites. Cada segundo parecía una eternidad.Cuando finalmente llegó al hospital, vio cómo una ambulancia se detenía frente a él, escoltada por patrullas de policía. En ese momento, supo que sus hijos estaban dentro. Sin dudarlo, saltó del auto y salió corriendo, dejando la puerta abierta, sin preocuparse por nada más que verlos vivos.Corrió hacia el estacionamiento, donde uno de los autos escoltas era el de John, quien había hecho todo lo posible por ayudar a encontrar a los gemelos. Pero cuando John lo vio, no tardó en seguirlo.—¡Federick! ¡Hijo! —gritó John, pero Federick no se detuvo. Su mirada estaba fija en la ambulancia, en ese preciso instante en que sus hijos finalmente iban a bajar. Su corazón latía desbocado, una mezcla de emociones lo embargaba: felicidad, tristeza, angustia y, sobre to