Narrador Federick pisó el acelerador con toda la fuerza que pudo, sus manos sudorosas resbalando por el volante, mientras los nervios lo empujaban a conducir más rápido, sin importar los límites. Cada segundo parecía una eternidad.Cuando finalmente llegó al hospital, vio cómo una ambulancia se detenía frente a él, escoltada por patrullas de policía. En ese momento, supo que sus hijos estaban dentro. Sin dudarlo, saltó del auto y salió corriendo, dejando la puerta abierta, sin preocuparse por nada más que verlos vivos.Corrió hacia el estacionamiento, donde uno de los autos escoltas era el de John, quien había hecho todo lo posible por ayudar a encontrar a los gemelos. Pero cuando John lo vio, no tardó en seguirlo.—¡Federick! ¡Hijo! —gritó John, pero Federick no se detuvo. Su mirada estaba fija en la ambulancia, en ese preciso instante en que sus hijos finalmente iban a bajar. Su corazón latía desbocado, una mezcla de emociones lo embargaba: felicidad, tristeza, angustia y, sobre to
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