Las lágrimas se desbordaban por las mejillas de Ariana. Al velorio asistieron pocas personas, en su mayoría vecinos. El dolor era tan intenso que la joven pensó que el corazón se le saldría por la boca. Con los ojos hinchados, observó a sus tíos aparecer en el lugar. Enseguida se escucharon los lamentos por la pérdida. En medio de toda la tristeza, con voz fuerte, acusaron a Ernesto, su padre, de ser el culpable. ―Él, siempre dándole problemas. ¡La vida de mi madre se acortó por las congojas de cuidar a esas niñas! ―gritaba su tío Aurelio con desesperación. Ariana bajó la mirada. Justo en ese momento tan sensible, esas palabras perforaban su ser. El hombre no mentía. Incluso cuando todavía su madre estaba con ella, su abuela siempre fue la responsable de alimentarla y cuidarla. Por su culpa, su abuela enfermó y, en lugar de atenderse, prefirió gastar todo en ellas. ―¿ESTÁS CONTENTA? ¡Tu padre y ustedes son los causantes de que mi mamá muriera! Tú debiste haber muerto, no ella ―La
Leer más