Aimé entró en la habitación del hospital con el corazón apesadumbrado. Ver a su padre así, tan vulnerable, tan frágil, le rompía el alma. Cada paso que daba hacia su cama parecía alargarse, como si el aire estuviera más denso y difícil de respirar.Se acercó con delicadeza, el dolor en su pecho se intensificó al ver a Rodolfo acostado, con los ojos cerrados y la piel pálida. Con manos temblorosas, tomó su mano, esa mano que siempre había sido firme y protectora, pero ahora se sentía tibia y débil en la suya.Rodolfo abrió los ojos lentamente, como si tardara en reconocerla, y cuando finalmente sus miradas se cruzaron, un brillo de sorpresa, y quizás un poco de miedo, pasó por sus ojos.—Hija... —murmuró, su voz quebrada por el cansancio y la preocupación.Aimé trató de disimular su propio miedo, aunque su corazón latía con fuerza. Le sonrió, buscando transmitirle tranquilidad, pero por dentro sentía que se desmoronaba.—Estoy bien, padre —dijo con una voz que intentó ser firme, pero te
Leer más