Al día siguiente, Margot despertó sobresaltada. Al voltear, vio al bebé en la cuna, tranquilo y durmiendo, pero una sensación de vacío la invadía. Lo tomó entre sus brazos, lo alimentó y lo arrulló, observando su pequeño rostro, tan inocente, tan perfecto. Pero, a pesar de todo el amor que sentía por ese niño, un dolor profundo y punzante latía en su corazón, algo que no podía comprender. Después de dejarlo dormido nuevamente, la inquietud la llevó a buscar a su madre, aún encerrada en el sótano.Margot descendió hasta el lúgubre sótano, donde los guardias le cerraron el paso. No tenía permitido entrar; Joaquín había sido claro al respecto. Sin embargo, su insistencia los hizo llamar a su hermano, quien llegó al poco tiempo, sorprendido al verla tan decidida.—Margot, mamá, será trasladada a un centro de salud mental, ¿para qué quieres verla? —preguntó, desconcertado.—Por favor, Joaquín, necesito respuestas. Permíteme hablar con ella, aunque sea por última vez.Joaquín suspiró, dudand
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