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Margot intentaba calmar a Vilma, quien seguía conmocionada por la repentina huida de Romina, la madre de Lola.—¡Pobre de la niña! ¿Cómo pudo ser tan cruel? —murmuró Vilma, con el rostro marcado por el horror.—Tranquilízate, Vilma. Ahora estás aquí y puedes hacer mucho más por ella —le dijo Margot, tomando su mano con ternura y firmeza.Vilma cerró los ojos un instante, intentando contener las lágrimas que amenazaban con salir. La culpa y la preocupación por Lola la atormentaban.—Espero poder cuidarla como merece. Ningún niño debería pasar por esto… —suspiró—. ¿Qué clase de madre abandona a su hija?—Lola es afortunada de tenerte, Vilma —repuso Margot con voz suave—. Y ten la certeza de que ahora estás acompañada. Tu bebé te espera en casa, y también Lola. No estás sola en esto.Vilma asintió, y una pequeña sonrisa, frágil, pero llena de esperanza, se dibujó en su rostro.—Ya hasta lo llamo Rafael —dijo Margot, intentando aligerar la conversación—. ¿No te parece un nombre lleno de fu
Tres meses después.Primero fue el bautizo de los tres niños. Zafiro, Rafael y Aimé recibieron ropones hermosos que Diana tejió para cada uno, esmerándose en cada detalle como símbolo de amor y protección. La ceremonia fue emotiva, con amigos y familiares cercanos reunidos en un ambiente cálido. Rodolfo y Margot, cumpliendo su promesa, se convirtieron en los padrinos de Rafael y Zafiro, una unión simbólica que fortaleció aún más los lazos de su inusual pero sincera familia.Después de la ceremonia, todos compartieron una cena en el jardín de la mansión. Los más pequeños, Opal y Ónix, corrían entre las mesas, riendo y jugando bajo la mirada amorosa de sus padres. Los niños no podían ocultar su emoción: serían pajes en la boda de sus queridos papás, y la expectativa los llenaba de ilusión.Días antes de la bodaDiana sentía que había algo pendiente, una última confrontación necesaria para poder empezar su nueva vida junto a Joaquín sin resentimientos. Decidió hacer una visita al único lu
Días después.Diana estaba vestida de novia, su hermoso vestido blanco parecía brillar con luz propia. Opal y Ónix, sus pequeños, la miraban asombrados, con los ojos tan abiertos que parecían dos estrellas resplandecientes.—¡Mami, pareces una princesa de cuento de hadas! —exclamó Opal, su voz llena de admiración.Diana sonrió al escucharlos, una calidez envolvente la invadió. Se miró al espejo, viendo no solo el reflejo de la novia que había soñado ser, sino también la madre que siempre había querido ser. En ese momento, las palabras de sus hijos resonaron en su corazón, y creyó en ellas. Se sintió hermosa, poderosa y digna de amor.Tomó las manos de sus hijos, sintiendo la suavidad de sus pequeños deditos, y una ola de ternura la envolvió.Margot estaba allí, su hermana, con una sonrisa radiante que iluminaba el lugar. En sus brazos cargaba a Zafiro, su bebé, que miraba a su madre con ojos curiosos. Pronto, todos salieron con rumbo a la iglesia en una elegante limusina, el aire lleno
SinopsisAimé Larson es esposa de Martín Alcántara y tienen un pequeño bebé de apenas seis meses, ella cree tener la vida perfecta, sin embargo, la felicidad de Aimé se ve amenazada cuando su mejor amiga, Lola, siembra la semilla de la desconfianza en la mente de Martín al presentarle una falsa prueba de infidelidad. Herido y traicionado, Martín la acusa injustamente y la expulsa de su vida, convirtiendo su hogar en un auténtico infierno.Aimé deberá luchar por limpiar su nombre, salvar su vida, y recuperar a su bebé, teniendo como único aliado a Rafael, el hombre al que una vez desprecio en el amor, y que se convertirá en su ángel salvador.¿Podrá Aimé recuperar a su hijo y ser feliz lejos de las traiciones?Capítulo IEl jardín de la mansión estaba lleno de vida. Era el cumpleaños de Rodolfo Larson, un evento al que nadie faltaría.—Quiero hacer un brindis por mi querido suegro, un hombre al que admiro profundamente. Más que un suegro, le tengo un cariño como el de un hijo a su padre
Aimé sintió el ardor en su mejilla. El dolor físico era casi nada comparado con el golpe emocional que la invadía. Desde el suelo, levantó la mirada para ver a Martín, el hombre al que amaba, convertido en alguien irreconocible, en un monstruo al que jamás habría creído capaz de tanto odio.—¡Yo no te he sido infiel! Te lo juro, Martín. No sé de dónde sacaste eso, pero es una mentira —rogó, con la voz quebrada, mientras las lágrimas le recorrían el rostro.Martín, con los ojos encendidos de furia, la tomó del brazo y la levantó sin consideración. Sus dedos clavándose en su piel la hicieron estremecer, pero aún más lo hizo la dureza en su mirada, esa mirada que alguna vez había sido cálida y llena de amor.—¿Y qué es este video entonces, Aimé? —le escupió con rabia, sosteniendo su teléfono frente a ella—. ¿Una mentira? ¿Quieres decirme que mis propios ojos me engañan?Aimé intentó sostenerle la mirada, pero las imágenes en el video parecían un cruel espejismo de ella misma, compartiendo
Aimé sentía el ardor en su mejilla, un dolor que no solo era físico, sino también el de una traición profunda, una que desgarraba su alma. Miró a Martín con los ojos empañados, sin entender cómo aquel hombre al que había amado con todo su ser se había transformado en alguien tan despiadado, casi irreconocible.—¡Di la verdad! —le exigió con voz rota, temblando de pies a cabeza—. ¡Martín, te lo ruego!Martín solo mostró desprecio en sus ojos, sin un ápice de compasión. Lola permanecía a su lado, impasible, como si disfrutara de la desesperación de Aimé.—Ya he dicho la verdad, Aimé —replicó Lola, con voz firme, pero con una nota de malicia apenas disimulada—. Sé que me pediste que mintiera para cubrir tus engaños, pero no puedo hacerlo más. ¡No puedo seguir siendo cómplice de tus mentiras!Las palabras de Lola perforaron el corazón de Aimé como puñales. Su mundo se derrumbaba, cada palabra resonaba como una sentencia final. Sintió un mareo, una ola de incredulidad mezclada con horror. Y
Rafael condujo como un poseído hasta el hospital, sin apartar la vista de Aimé, pálida y apenas consciente en el asiento junto a él. El trayecto pareció eterno, y la ansiedad le apretaba el pecho hasta casi ahogarlo. Finalmente, al llegar, salió del auto y, sin perder un segundo, la levantó en brazos, ignorando el dolor de sus músculos y la sangre que manchaba su ropa.Los enfermeros, al ver su desesperación, corrieron hacia él con una camilla. Sin dejar de abrazarla, Rafael depositó a Aimé suavemente sobre la camilla mientras sus ojos no dejaban de buscar los suyos, esperando ver una señal de vida, un gesto que le indicara que aún estaba allí, luchando.—¡Aimé, resiste, por favor! —le susurró, su voz quebrándose al pronunciar su nombre.Sin embargo, su camino fue bloqueado de pronto por una enfermera, que le pidió que esperara mientras llevaban a Aimé a urgencias.—Señor, necesitamos hacerle unas preguntas —le dijo la enfermera, con tono firme pero comprensivo.Rafael, con la mirada p
El doctor salió de la sala con una expresión tranquila y dirigió una mirada alentadora hacia Rafael, Opal y Zafiro.—La paciente está estable. Ha tenido mucha suerte; la herida no alcanzó ningún órgano vital —anunció con voz pausada.Rafael cerró los ojos y soltó un suspiro profundo, sintiendo un alivio que casi le hizo caer de rodillas. Opal y Zafiro compartieron una sonrisa nerviosa, y aunque querían ver a Aimé, el doctor les explicó que aún debían esperar hasta el día siguiente.Al día siguienteOpal tuvo que marcharse para atender a su pequeño hijo, Richie, mientras Zafiro decidió quedarse junto a Rafael en el hospital. La sala de espera era fría y lúgubre, y ambos estaban sumidos en un silencio cargado de pensamientos. Zafiro lo miró con ternura, viendo en sus ojos la ansiedad y la tristeza que no podía ocultar.—Te preocupas mucho por Aimé… —murmuró, rompiendo el silencio con un nudo en la garganta—. ¿Todavía la amas?La pregunta dejó a Rafael paralizado por un instante, sus ojos