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Aimé sentía el ardor en su mejilla, un dolor que no solo era físico, sino también el de una traición profunda, una que desgarraba su alma. Miró a Martín con los ojos empañados, sin entender cómo aquel hombre al que había amado con todo su ser se había transformado en alguien tan despiadado, casi irreconocible.—¡Di la verdad! —le exigió con voz rota, temblando de pies a cabeza—. ¡Martín, te lo ruego!Martín solo mostró desprecio en sus ojos, sin un ápice de compasión. Lola permanecía a su lado, impasible, como si disfrutara de la desesperación de Aimé.—Ya he dicho la verdad, Aimé —replicó Lola, con voz firme, pero con una nota de malicia apenas disimulada—. Sé que me pediste que mintiera para cubrir tus engaños, pero no puedo hacerlo más. ¡No puedo seguir siendo cómplice de tus mentiras!Las palabras de Lola perforaron el corazón de Aimé como puñales. Su mundo se derrumbaba, cada palabra resonaba como una sentencia final. Sintió un mareo, una ola de incredulidad mezclada con horror. Y
Rafael condujo como un poseído hasta el hospital, sin apartar la vista de Aimé, pálida y apenas consciente en el asiento junto a él. El trayecto pareció eterno, y la ansiedad le apretaba el pecho hasta casi ahogarlo. Finalmente, al llegar, salió del auto y, sin perder un segundo, la levantó en brazos, ignorando el dolor de sus músculos y la sangre que manchaba su ropa.Los enfermeros, al ver su desesperación, corrieron hacia él con una camilla. Sin dejar de abrazarla, Rafael depositó a Aimé suavemente sobre la camilla mientras sus ojos no dejaban de buscar los suyos, esperando ver una señal de vida, un gesto que le indicara que aún estaba allí, luchando.—¡Aimé, resiste, por favor! —le susurró, su voz quebrándose al pronunciar su nombre.Sin embargo, su camino fue bloqueado de pronto por una enfermera, que le pidió que esperara mientras llevaban a Aimé a urgencias.—Señor, necesitamos hacerle unas preguntas —le dijo la enfermera, con tono firme pero comprensivo.Rafael, con la mirada p
El doctor salió de la sala con una expresión tranquila y dirigió una mirada alentadora hacia Rafael, Opal y Zafiro.—La paciente está estable. Ha tenido mucha suerte; la herida no alcanzó ningún órgano vital —anunció con voz pausada.Rafael cerró los ojos y soltó un suspiro profundo, sintiendo un alivio que casi le hizo caer de rodillas. Opal y Zafiro compartieron una sonrisa nerviosa, y aunque querían ver a Aimé, el doctor les explicó que aún debían esperar hasta el día siguiente.Al día siguienteOpal tuvo que marcharse para atender a su pequeño hijo, Richie, mientras Zafiro decidió quedarse junto a Rafael en el hospital. La sala de espera era fría y lúgubre, y ambos estaban sumidos en un silencio cargado de pensamientos. Zafiro lo miró con ternura, viendo en sus ojos la ansiedad y la tristeza que no podía ocultar.—Te preocupas mucho por Aimé… —murmuró, rompiendo el silencio con un nudo en la garganta—. ¿Todavía la amas?La pregunta dejó a Rafael paralizado por un instante, sus ojos
Selene pagó al taxista con rapidez, su mente aun a mil por hora mientras lo veía alejarse. Sin perder tiempo, arrastró al hombre hasta el sofá de su apartamento. Cada paso que daba con él en sus brazos la hacía sentir como si estuviera cargando una carga demasiado pesada. Apenas pudo sostenerse al cerrar la puerta, sintiendo un mareo repentino que la hizo tambalear.—¡Qué diablos! —murmuró, con rabia contenida—. ¿Por qué tengo que ser siempre tan buena gente? ¡Selene, corazón de pollo!Una risita amarga se escapó de su boca mientras su mente vagaba, recordando que esa misma noche sería la fiesta de compromiso. Sintió una oleada de asco, recorrerle el cuerpo al pensarlo, y las lágrimas comenzaron a empañar sus ojos. Las limpió rápidamente con rabia, repitiéndose en su mente: ¡Ni una lágrima para un traidor, Selene! Ellos no valen la pena, pero tú sí.Sabía por qué Gustavo había hecho lo que hizo. Su media hermana siempre había sido mal vista en la alta sociedad, especialmente después de
Selene respiró profundamente mientras veía al hombre tirado en su sofá. Apenas había logrado arrastrarlo hasta allí, y ahora, con las manos temblorosas, intentaba convencerse de que había hecho lo correcto al ayudarlo.—¿Por qué siempre termino metida en problemas? —murmuró mientras se limpiaba el sudor de la frente—. “Selene, corazón de pollo”. Eso es lo que soy.Recordó la invitación que había recibido para la fiesta de compromiso y sintió una punzada de amargura. La imagen de Gustavo con su hermana apareció de nuevo en su mente, como una espina que no dejaba de clavarse. Sus manos se cerraron en puños mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. «No más lágrimas para esos traidores, Selene», se dijo, forzándose a respirar hondo.Entonces, el hombre que había traído a su casa gimió, interrumpiendo su tormento interno. Al observarlo más de cerca mientras le limpiaba las heridas, se sorprendió. Era un hombre joven y atractivo, incluso en su estado lastimoso.—Vaya, ¿acaso ahora los vagab
—¡Infeliz! —vociferó Martín, con la rabia por creer ser traicionado, desgarrando cada fibra de su ser—. Defiendes a esta… esta… ¡Zorra! Pero escucha bien, Rafael, ¡un día ella también te engañará! Quédate con esa basura, porque es lo único que mereces.Martín observó a Aimé por última vez, una mirada fría, llena de desprecio, mientras tomaba la mano de Lola, su nueva amante. Su boca se curvó en una sonrisa cruel, carente de remordimiento. Aimé sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies cuando él habló:—Aimé —dijo con una calma glacial, como si sus palabras fueran cuchillas—, ahora tu lugar lo ocupa Lola. Ella es mi mujer ahora, la única que tiene mi amor.Sin decir más, Martín se inclinó hacia Lola y la besó. Un beso prolongado, lleno de cinismo, que buscaba herir a Aimé hasta el último rincón de su alma.Aimé observó, horrorizada, incapaz de contener el temblor en sus labios y las lágrimas que, a pesar de su resistencia, cayeron en torrentes por su rostro.—¡Martín, nunca te pe
Selene salió del registro civil sosteniendo el acta de matrimonio en sus manos. Sus dedos acariciaban el papel con una sonrisa satisfecha mientras observaba el documento con atención. Un fuego se encendía en su mirada.«Cuando mis padres, y sobre todo Ana, sepan que me casé nada menos que con el heredero de los Andrade, será una venganza perfecta. No volverán a pisotearme nunca», pensó, deleitándose con la imagen de sus rostros al enterarse. Su pecho se llenó de un alivio amargo y una determinación férrea.Ónix, a su lado, captó el destello en sus ojos y la miró con una sonrisa divertida.—Bueno, debo arreglar unas cosas antes de esta noche. Supongo que tú irás a restregarle esto en la cara a tu familia.Selene rio, sorprendida de que él la leyera tan bien.—¿Cómo es que adivinas? ¿Acaso eres un mago?Ónix esbozó una sonrisa misteriosa y, en un susurro que hizo que el corazón de Selene se acelerara, respondió:—Soy un mago, y esta noche te mostraré mi mejor truco.El rostro de Selene s
Ónix Andrade avanzó hacia Selene con una presencia tan imponente que la sala quedó en un silencio tenso. Con una mirada fría y decidida, tomó su mano, ejerciendo una fuerza silenciosa que no necesitaba palabras para marcar su territorio y protegerla. Gustavo, que hasta un segundo antes se sentía en control, retrocedió apenas un paso, impactado por la mirada gélida de Ónix.—Mi esposa ha hablado, señor Street. Respeten su decisión. —La voz de Ónix, baja y afilada como una navaja, no dejaba espacio para cuestionamientos ni protestas.Selene sintió una oleada de calor recorrer su cuerpo al escuchar a Ónix.Había algo profundamente protector y firme en él que le daba una seguridad desconocida. A pesar de que el miedo seguía habitando en su corazón, supo en ese instante que había hecho lo correcto al elegirlo su escudo.La expresión de Gustavo se deformó en incredulidad, y tanto él como Ana, Martín y los padres de Selene quedaron con los ojos abiertos, paralizados por el asombro. Alrededor,