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—¡Dime que tienes todo listo para destruirlos, Martín! —exclamó Gustavo, con la mirada encendida de ambición y rencor.Martín esbozó una sonrisa triunfal, sus ojos reluciendo con una satisfacción perversa.—Te juro que Ónix Andrade y los Larson se arrepentirán —respondió, disfrutando de cada palabra como si fueran una sentencia—. He creado una trampa tan perfecta que, cuando caigan, ni siquiera sabrán cómo ocurrió. Se hundirán sin remedio.Gustavo asintió, y una sonrisa de satisfacción se dibujó en sus labios.—Perfecto. Y ahora que hemos tomado esta decisión, creo que lo mejor será que te cases con mi amada Ana —intervino la señora Alcántara, mirándolo con expectativa.Pero Gustavo apenas le lanzó una mirada fría y desdeñosa, como si el comentario no mereciera su atención.—¡No! —sentenció con dureza—. Yo solo me casaré con Selene. Si quieren ser mis socios, entonces ella tendrá que divorciarse de ese imbécil de Ónix Andrade y volver a mí. No me detendré hasta verla arrastrarse a mis
Selene intentó alejarse de él, cada paso tembloroso, pero pronto sintió la mano de Ónix rodeando su brazo. Sobresaltada, miró su mano sobre la suya, lista para enfrentarse a su agarre, pero él solo la dirigió suavemente hacia la cama.Su toque no era brusco; era inesperadamente cálido, casi cuidadoso, lo cual hizo que su corazón, ya agitado, latiera con una fuerza y velocidad que la dejaban sin aliento, como si en cualquier momento fuera a desvanecerse. Sentía un temor creciente, pero también una atracción que la confundía, y cuando él la observó, algo en su mirada —la ternura de sus ojos profundos— la desarmó completamente.Selene intentó hablar, preguntar, detener aquella tormenta de emociones, pero Ónix levantó su dedo índice y lo posó suavemente en sus labios, un gesto delicado que selló sus palabras y dejó el silencio entre ambos.Sus miradas se encontraron en un instante eterno, en el que parecía que el tiempo mismo se había detenido, y la chispa que brillaba entre ellos se trans
Al día siguienteCuando Selene despertó, aún medio dormida, extendió la mano hacia el lado vacío de la cama, buscando la calidez de su esposo. Al no encontrar nada, una punzada de temor le recorrió el pecho.«¿Acaso me abandonó?», pensó, sintiendo cómo su corazón aceleraba con una mezcla de angustia e incredulidad. Ya no sabía en quién confiar, y ese sentimiento comenzaba a devorarla desde dentro. Se levantó de la cama apresurada, impulsada por la urgencia de encontrarlo, y sus ojos recorrieron la habitación hasta verlo en el balcón, hablando en voz baja al teléfono.Sin atreverse a interrumpir, se quedó en silencio, escuchando fragmentos de la conversación de Ónix con su padre, y se llenó de una mezcla de alivio y curiosidad.—Sí, me casé, papá… Sé que esto puede parecerte extraño, pero lo hice porque lo sentí necesario. Cuando ustedes vuelvan, haremos una gran celebración y la ceremonia religiosa, pero ahora tenía que… tenía que protegerla.Del otro lado de la línea, el tono severo d
Joaquín estaba fuera de sí, su furia era palpable. Sin siquiera mirar a su alrededor, ordenó a sus guardias con un tono cortante:—¡Llamen al abogado, ahora mismo!Los oficiales lo escoltaban, pero Joaquín no podía aceptar lo que estaba ocurriendo. Se resistía a la idea de ser tratado como un criminal.—¿Qué significa esto? ¡Soy un hombre inocente! —gritó, su voz resonando en los pasillos.Uno de los oficiales lo miró con frialdad y respondió con indiferencia.—Eso tendrá que aclararlo en la comisaría.Justo entonces, sus hijos, Ónix y Rafael, aparecieron, sus rostros reflejaban una mezcla de sorpresa y temor.—¡Papá! —exclamó Ónix, avanzando hacia él con la desesperación de quien ve cómo su mundo se derrumba.Joaquín intentó mantener la compostura por ellos. Inspiró profundamente, y con una mirada que intentaba transmitir tranquilidad, le pidió a su hijo:—Estaré bien, hijo. Llama al abogado y cuida a tu madre.Diana, su esposa, apenas podía contener las lágrimas. Ella sollozaba sin c
ComisaríaRodolfo luchó por mantener la compostura mientras los tres hombres se acercaban, sus miradas cargadas de odio y desprecio. Sabía lo que venía, y por un instante, un destello de miedo cruzó sus ojos. Pero rápidamente lo reemplazó con una expresión de puro desprecio, un último gesto de dignidad.—¿Qué quieren? —escupió, su voz temblando de furia.Uno de los hombres le dedicó una sonrisa sádica antes de lanzar el primer golpe, un puño directo al estómago que le hizo doblarse de dolor. Rodolfo intentó defenderse, pero estaba superado en número y fuerza. Los golpes no cesaban; cada uno más brutal que el anterior. Su cuerpo comenzó a rendirse, y la fuerza lo abandonó, cayendo al suelo, agotado y herido.Martín, observando desde un rincón, sonrió con satisfacción al ver el estado de su enemigo. Se acercó lentamente, sacó su teléfono y tomó una foto del rostro ensangrentado y débil de Rodolfo, como si quisiera inmortalizar ese momento de humillación y victoria.—Esto es solo el comie
El doctor miró a Aimé con seriedad, su expresión reflejaba la gravedad de la situación.—Lamento informarles que Rodolfo está en estado delicado —anunció, sus palabras eran como cuchillos cortando el aire.Aimé sintió el peso de esa declaración en el pecho, una opresión que apenas le dejaba respirar. Su mente se llenó de imágenes de su padre, de la vida que le había arrebatado la paz, y el miedo se transformó en desesperación. Sin decir una palabra, se dio media vuelta y salió del hospital, sus pasos apresurados la alejaban de todo y de todos. Necesitaba espacio, necesitaba pensar... o tal vez solo necesitaba escapar del dolor.Rafael, que había estado observándola en silencio, no pudo ignorar su partida. Sin pensarlo dos veces, la siguió hasta el estacionamiento. Justo cuando iba a subir a su auto, Zafiro apareció, deteniéndolo.—¿Vas a perseguir a Aimé? —preguntó, con una mezcla de incredulidad y súplica.Rafael asintió, su mirada decidida.—Lo siento, Zafiro. Pero tengo que estar co
—No, Zafiro, no vuelvas a besarme, por favor. —Rafael apartó su rostro, pero no pudo evitar que el dolor en sus ojos fuera evidente.Zafiro bajó la mirada, herida, como si ese rechazo le quemara el alma. Había esperado tanto que Rafael finalmente viera en ella lo que nunca podría tener con Aimé.—Lo siento, Zafiro, pero no puedo amarte. Ella… —Rafael desvió la vista al horizonte, ahogado en un silencio denso y lleno de angustia.Ambos subieron al auto. El trayecto de regreso al hospital fue pesado y amargo, con el eco de las palabras que no se dijeron llenando el espacio entre ellos.***En el hospital, la noticia sobre Aimé corrió rápidamente. Joaquín, al enterarse, maldijo entre dientes, sus palabras llenas de impotencia.Margot estaba destrozada, tratando de hallar consuelo en los brazos de su esposo, mientras las lágrimas caían silenciosamente por su rostro. Diana, sin embargo, apretaba los puños y murmuraba:—¿Qué otra cosa podía hacer? ¡Ese hombre tiene a su hijo! —Su voz temblab
Martín finalmente leyó los resultados. Sus ojos se llenaron de alivio mientras un suspiro se escapaba de sus labios, y una pequeña sonrisa se asomaba en su rostro. Era su hijo. No cabía duda. La verdad estaba allí, en sus manos.—¡Es mi hijo! —dijo con una firmeza que dejó sin aire la habitación.Lola, quien había estado observando con la tensión marcada en sus ojos, sintió cómo la rabia crecía en su pecho. Había confiado en que Martín rechazaría al bebé con solo sus palabras y el video que ella misma había orquestado. Pero ahora, todo ese esfuerzo parecía inútil. Una ola de decepción oscureció su mirada, mientras apretaba los labios, conteniendo el coraje de ver cómo su plan se desmoronaba.Aimé, con los ojos encendidos, sostuvo a su hijo en brazos. Lo acercó a su pecho como si quisiera protegerlo de todo el dolor que la envolvía. Su voz salió cargada de una rabia reprimida, de una herida aún abierta que sangraba con cada palabra.—¡Claro que es tu hijo! —su voz tembló, pero no de deb