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—¡Infeliz! —vociferó Martín, con la rabia por creer ser traicionado, desgarrando cada fibra de su ser—. Defiendes a esta… esta… ¡Zorra! Pero escucha bien, Rafael, ¡un día ella también te engañará! Quédate con esa basura, porque es lo único que mereces.Martín observó a Aimé por última vez, una mirada fría, llena de desprecio, mientras tomaba la mano de Lola, su nueva amante. Su boca se curvó en una sonrisa cruel, carente de remordimiento. Aimé sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies cuando él habló:—Aimé —dijo con una calma glacial, como si sus palabras fueran cuchillas—, ahora tu lugar lo ocupa Lola. Ella es mi mujer ahora, la única que tiene mi amor.Sin decir más, Martín se inclinó hacia Lola y la besó. Un beso prolongado, lleno de cinismo, que buscaba herir a Aimé hasta el último rincón de su alma.Aimé observó, horrorizada, incapaz de contener el temblor en sus labios y las lágrimas que, a pesar de su resistencia, cayeron en torrentes por su rostro.—¡Martín, nunca te pe
Selene salió del registro civil sosteniendo el acta de matrimonio en sus manos. Sus dedos acariciaban el papel con una sonrisa satisfecha mientras observaba el documento con atención. Un fuego se encendía en su mirada.«Cuando mis padres, y sobre todo Ana, sepan que me casé nada menos que con el heredero de los Andrade, será una venganza perfecta. No volverán a pisotearme nunca», pensó, deleitándose con la imagen de sus rostros al enterarse. Su pecho se llenó de un alivio amargo y una determinación férrea.Ónix, a su lado, captó el destello en sus ojos y la miró con una sonrisa divertida.—Bueno, debo arreglar unas cosas antes de esta noche. Supongo que tú irás a restregarle esto en la cara a tu familia.Selene rio, sorprendida de que él la leyera tan bien.—¿Cómo es que adivinas? ¿Acaso eres un mago?Ónix esbozó una sonrisa misteriosa y, en un susurro que hizo que el corazón de Selene se acelerara, respondió:—Soy un mago, y esta noche te mostraré mi mejor truco.El rostro de Selene s
Ónix Andrade avanzó hacia Selene con una presencia tan imponente que la sala quedó en un silencio tenso. Con una mirada fría y decidida, tomó su mano, ejerciendo una fuerza silenciosa que no necesitaba palabras para marcar su territorio y protegerla. Gustavo, que hasta un segundo antes se sentía en control, retrocedió apenas un paso, impactado por la mirada gélida de Ónix.—Mi esposa ha hablado, señor Street. Respeten su decisión. —La voz de Ónix, baja y afilada como una navaja, no dejaba espacio para cuestionamientos ni protestas.Selene sintió una oleada de calor recorrer su cuerpo al escuchar a Ónix.Había algo profundamente protector y firme en él que le daba una seguridad desconocida. A pesar de que el miedo seguía habitando en su corazón, supo en ese instante que había hecho lo correcto al elegirlo su escudo.La expresión de Gustavo se deformó en incredulidad, y tanto él como Ana, Martín y los padres de Selene quedaron con los ojos abiertos, paralizados por el asombro. Alrededor,
—¡Dime que tienes todo listo para destruirlos, Martín! —exclamó Gustavo, con la mirada encendida de ambición y rencor.Martín esbozó una sonrisa triunfal, sus ojos reluciendo con una satisfacción perversa.—Te juro que Ónix Andrade y los Larson se arrepentirán —respondió, disfrutando de cada palabra como si fueran una sentencia—. He creado una trampa tan perfecta que, cuando caigan, ni siquiera sabrán cómo ocurrió. Se hundirán sin remedio.Gustavo asintió, y una sonrisa de satisfacción se dibujó en sus labios.—Perfecto. Y ahora que hemos tomado esta decisión, creo que lo mejor será que te cases con mi amada Ana —intervino la señora Alcántara, mirándolo con expectativa.Pero Gustavo apenas le lanzó una mirada fría y desdeñosa, como si el comentario no mereciera su atención.—¡No! —sentenció con dureza—. Yo solo me casaré con Selene. Si quieren ser mis socios, entonces ella tendrá que divorciarse de ese imbécil de Ónix Andrade y volver a mí. No me detendré hasta verla arrastrarse a mis
Selene intentó alejarse de él, cada paso tembloroso, pero pronto sintió la mano de Ónix rodeando su brazo. Sobresaltada, miró su mano sobre la suya, lista para enfrentarse a su agarre, pero él solo la dirigió suavemente hacia la cama.Su toque no era brusco; era inesperadamente cálido, casi cuidadoso, lo cual hizo que su corazón, ya agitado, latiera con una fuerza y velocidad que la dejaban sin aliento, como si en cualquier momento fuera a desvanecerse. Sentía un temor creciente, pero también una atracción que la confundía, y cuando él la observó, algo en su mirada —la ternura de sus ojos profundos— la desarmó completamente.Selene intentó hablar, preguntar, detener aquella tormenta de emociones, pero Ónix levantó su dedo índice y lo posó suavemente en sus labios, un gesto delicado que selló sus palabras y dejó el silencio entre ambos.Sus miradas se encontraron en un instante eterno, en el que parecía que el tiempo mismo se había detenido, y la chispa que brillaba entre ellos se trans
Al día siguienteCuando Selene despertó, aún medio dormida, extendió la mano hacia el lado vacío de la cama, buscando la calidez de su esposo. Al no encontrar nada, una punzada de temor le recorrió el pecho.«¿Acaso me abandonó?», pensó, sintiendo cómo su corazón aceleraba con una mezcla de angustia e incredulidad. Ya no sabía en quién confiar, y ese sentimiento comenzaba a devorarla desde dentro. Se levantó de la cama apresurada, impulsada por la urgencia de encontrarlo, y sus ojos recorrieron la habitación hasta verlo en el balcón, hablando en voz baja al teléfono.Sin atreverse a interrumpir, se quedó en silencio, escuchando fragmentos de la conversación de Ónix con su padre, y se llenó de una mezcla de alivio y curiosidad.—Sí, me casé, papá… Sé que esto puede parecerte extraño, pero lo hice porque lo sentí necesario. Cuando ustedes vuelvan, haremos una gran celebración y la ceremonia religiosa, pero ahora tenía que… tenía que protegerla.Del otro lado de la línea, el tono severo d
Joaquín estaba fuera de sí, su furia era palpable. Sin siquiera mirar a su alrededor, ordenó a sus guardias con un tono cortante:—¡Llamen al abogado, ahora mismo!Los oficiales lo escoltaban, pero Joaquín no podía aceptar lo que estaba ocurriendo. Se resistía a la idea de ser tratado como un criminal.—¿Qué significa esto? ¡Soy un hombre inocente! —gritó, su voz resonando en los pasillos.Uno de los oficiales lo miró con frialdad y respondió con indiferencia.—Eso tendrá que aclararlo en la comisaría.Justo entonces, sus hijos, Ónix y Rafael, aparecieron, sus rostros reflejaban una mezcla de sorpresa y temor.—¡Papá! —exclamó Ónix, avanzando hacia él con la desesperación de quien ve cómo su mundo se derrumba.Joaquín intentó mantener la compostura por ellos. Inspiró profundamente, y con una mirada que intentaba transmitir tranquilidad, le pidió a su hijo:—Estaré bien, hijo. Llama al abogado y cuida a tu madre.Diana, su esposa, apenas podía contener las lágrimas. Ella sollozaba sin c
ComisaríaRodolfo luchó por mantener la compostura mientras los tres hombres se acercaban, sus miradas cargadas de odio y desprecio. Sabía lo que venía, y por un instante, un destello de miedo cruzó sus ojos. Pero rápidamente lo reemplazó con una expresión de puro desprecio, un último gesto de dignidad.—¿Qué quieren? —escupió, su voz temblando de furia.Uno de los hombres le dedicó una sonrisa sádica antes de lanzar el primer golpe, un puño directo al estómago que le hizo doblarse de dolor. Rodolfo intentó defenderse, pero estaba superado en número y fuerza. Los golpes no cesaban; cada uno más brutal que el anterior. Su cuerpo comenzó a rendirse, y la fuerza lo abandonó, cayendo al suelo, agotado y herido.Martín, observando desde un rincón, sonrió con satisfacción al ver el estado de su enemigo. Se acercó lentamente, sacó su teléfono y tomó una foto del rostro ensangrentado y débil de Rodolfo, como si quisiera inmortalizar ese momento de humillación y victoria.—Esto es solo el comie