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SinopsisAimé Larson es esposa de Martín Alcántara y tienen un pequeño bebé de apenas seis meses, ella cree tener la vida perfecta, sin embargo, la felicidad de Aimé se ve amenazada cuando su mejor amiga, Lola, siembra la semilla de la desconfianza en la mente de Martín al presentarle una falsa prueba de infidelidad. Herido y traicionado, Martín la acusa injustamente y la expulsa de su vida, convirtiendo su hogar en un auténtico infierno.Aimé deberá luchar por limpiar su nombre, salvar su vida, y recuperar a su bebé, teniendo como único aliado a Rafael, el hombre al que una vez desprecio en el amor, y que se convertirá en su ángel salvador.¿Podrá Aimé recuperar a su hijo y ser feliz lejos de las traiciones?Capítulo IEl jardín de la mansión estaba lleno de vida. Era el cumpleaños de Rodolfo Larson, un evento al que nadie faltaría.—Quiero hacer un brindis por mi querido suegro, un hombre al que admiro profundamente. Más que un suegro, le tengo un cariño como el de un hijo a su padre
Aimé sintió el ardor en su mejilla. El dolor físico era casi nada comparado con el golpe emocional que la invadía. Desde el suelo, levantó la mirada para ver a Martín, el hombre al que amaba, convertido en alguien irreconocible, en un monstruo al que jamás habría creído capaz de tanto odio.—¡Yo no te he sido infiel! Te lo juro, Martín. No sé de dónde sacaste eso, pero es una mentira —rogó, con la voz quebrada, mientras las lágrimas le recorrían el rostro.Martín, con los ojos encendidos de furia, la tomó del brazo y la levantó sin consideración. Sus dedos clavándose en su piel la hicieron estremecer, pero aún más lo hizo la dureza en su mirada, esa mirada que alguna vez había sido cálida y llena de amor.—¿Y qué es este video entonces, Aimé? —le escupió con rabia, sosteniendo su teléfono frente a ella—. ¿Una mentira? ¿Quieres decirme que mis propios ojos me engañan?Aimé intentó sostenerle la mirada, pero las imágenes en el video parecían un cruel espejismo de ella misma, compartiendo
Aimé sentía el ardor en su mejilla, un dolor que no solo era físico, sino también el de una traición profunda, una que desgarraba su alma. Miró a Martín con los ojos empañados, sin entender cómo aquel hombre al que había amado con todo su ser se había transformado en alguien tan despiadado, casi irreconocible.—¡Di la verdad! —le exigió con voz rota, temblando de pies a cabeza—. ¡Martín, te lo ruego!Martín solo mostró desprecio en sus ojos, sin un ápice de compasión. Lola permanecía a su lado, impasible, como si disfrutara de la desesperación de Aimé.—Ya he dicho la verdad, Aimé —replicó Lola, con voz firme, pero con una nota de malicia apenas disimulada—. Sé que me pediste que mintiera para cubrir tus engaños, pero no puedo hacerlo más. ¡No puedo seguir siendo cómplice de tus mentiras!Las palabras de Lola perforaron el corazón de Aimé como puñales. Su mundo se derrumbaba, cada palabra resonaba como una sentencia final. Sintió un mareo, una ola de incredulidad mezclada con horror. Y
Rafael condujo como un poseído hasta el hospital, sin apartar la vista de Aimé, pálida y apenas consciente en el asiento junto a él. El trayecto pareció eterno, y la ansiedad le apretaba el pecho hasta casi ahogarlo. Finalmente, al llegar, salió del auto y, sin perder un segundo, la levantó en brazos, ignorando el dolor de sus músculos y la sangre que manchaba su ropa.Los enfermeros, al ver su desesperación, corrieron hacia él con una camilla. Sin dejar de abrazarla, Rafael depositó a Aimé suavemente sobre la camilla mientras sus ojos no dejaban de buscar los suyos, esperando ver una señal de vida, un gesto que le indicara que aún estaba allí, luchando.—¡Aimé, resiste, por favor! —le susurró, su voz quebrándose al pronunciar su nombre.Sin embargo, su camino fue bloqueado de pronto por una enfermera, que le pidió que esperara mientras llevaban a Aimé a urgencias.—Señor, necesitamos hacerle unas preguntas —le dijo la enfermera, con tono firme pero comprensivo.Rafael, con la mirada p
El doctor salió de la sala con una expresión tranquila y dirigió una mirada alentadora hacia Rafael, Opal y Zafiro.—La paciente está estable. Ha tenido mucha suerte; la herida no alcanzó ningún órgano vital —anunció con voz pausada.Rafael cerró los ojos y soltó un suspiro profundo, sintiendo un alivio que casi le hizo caer de rodillas. Opal y Zafiro compartieron una sonrisa nerviosa, y aunque querían ver a Aimé, el doctor les explicó que aún debían esperar hasta el día siguiente.Al día siguienteOpal tuvo que marcharse para atender a su pequeño hijo, Richie, mientras Zafiro decidió quedarse junto a Rafael en el hospital. La sala de espera era fría y lúgubre, y ambos estaban sumidos en un silencio cargado de pensamientos. Zafiro lo miró con ternura, viendo en sus ojos la ansiedad y la tristeza que no podía ocultar.—Te preocupas mucho por Aimé… —murmuró, rompiendo el silencio con un nudo en la garganta—. ¿Todavía la amas?La pregunta dejó a Rafael paralizado por un instante, sus ojos
Selene pagó al taxista con rapidez, su mente aun a mil por hora mientras lo veía alejarse. Sin perder tiempo, arrastró al hombre hasta el sofá de su apartamento. Cada paso que daba con él en sus brazos la hacía sentir como si estuviera cargando una carga demasiado pesada. Apenas pudo sostenerse al cerrar la puerta, sintiendo un mareo repentino que la hizo tambalear.—¡Qué diablos! —murmuró, con rabia contenida—. ¿Por qué tengo que ser siempre tan buena gente? ¡Selene, corazón de pollo!Una risita amarga se escapó de su boca mientras su mente vagaba, recordando que esa misma noche sería la fiesta de compromiso. Sintió una oleada de asco, recorrerle el cuerpo al pensarlo, y las lágrimas comenzaron a empañar sus ojos. Las limpió rápidamente con rabia, repitiéndose en su mente: ¡Ni una lágrima para un traidor, Selene! Ellos no valen la pena, pero tú sí.Sabía por qué Gustavo había hecho lo que hizo. Su media hermana siempre había sido mal vista en la alta sociedad, especialmente después de
Selene respiró profundamente mientras veía al hombre tirado en su sofá. Apenas había logrado arrastrarlo hasta allí, y ahora, con las manos temblorosas, intentaba convencerse de que había hecho lo correcto al ayudarlo.—¿Por qué siempre termino metida en problemas? —murmuró mientras se limpiaba el sudor de la frente—. “Selene, corazón de pollo”. Eso es lo que soy.Recordó la invitación que había recibido para la fiesta de compromiso y sintió una punzada de amargura. La imagen de Gustavo con su hermana apareció de nuevo en su mente, como una espina que no dejaba de clavarse. Sus manos se cerraron en puños mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. «No más lágrimas para esos traidores, Selene», se dijo, forzándose a respirar hondo.Entonces, el hombre que había traído a su casa gimió, interrumpiendo su tormento interno. Al observarlo más de cerca mientras le limpiaba las heridas, se sorprendió. Era un hombre joven y atractivo, incluso en su estado lastimoso.—Vaya, ¿acaso ahora los vagab
—¡Infeliz! —vociferó Martín, con la rabia por creer ser traicionado, desgarrando cada fibra de su ser—. Defiendes a esta… esta… ¡Zorra! Pero escucha bien, Rafael, ¡un día ella también te engañará! Quédate con esa basura, porque es lo único que mereces.Martín observó a Aimé por última vez, una mirada fría, llena de desprecio, mientras tomaba la mano de Lola, su nueva amante. Su boca se curvó en una sonrisa cruel, carente de remordimiento. Aimé sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies cuando él habló:—Aimé —dijo con una calma glacial, como si sus palabras fueran cuchillas—, ahora tu lugar lo ocupa Lola. Ella es mi mujer ahora, la única que tiene mi amor.Sin decir más, Martín se inclinó hacia Lola y la besó. Un beso prolongado, lleno de cinismo, que buscaba herir a Aimé hasta el último rincón de su alma.Aimé observó, horrorizada, incapaz de contener el temblor en sus labios y las lágrimas que, a pesar de su resistencia, cayeron en torrentes por su rostro.—¡Martín, nunca te pe