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—Señor, señor, ya vamos a aterrizar, debería despertar a la señorita— Bastián al abrir los ojos, se había percatado que había dormido durante horas y horas, él es un hombre que, desde la muerte de su esposa, había tenido problemas para conciliar el sueño, sin embargo, dormir a lado de Elizabeth, había sido como la cura para muchos de sus males, definitivamente debía admitir que esa mujer había cambiado su mundo, se sentía avergonzado cuando se dio cuenta de que estaba con la mano enredada con la de ella, se alejó y se levantó, se paró delante de Elizabeth y empezó a despertarla.—Señorita, Afer, ya despierte.—¿Me quedé dormida? Pero, ¿cómo? —mientras estiraba los brazos y restregaba, la cara con ambas manos—Disculpe, no sé cómo pasó, es que no dormí bien—Eso no importa, le digo que ya vamos a aterrizar. Debería ir al baño a lavarse la cara, está hecha un desastre.—¡No! Esta cosa todavía no aterriza, no pienso mover yo, me perdona usted, pero no puedo.—No sea escandalosa o dramátic
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Ninguno puede resistir, ella olvida todo, cuando él la obedece y la besa, hasta enredar su lengua con la de ella.—Me estás volviendo loco— Sin dejar de besarla o acariciar su cuerpo de manera desesperada.—Y yo ya lo estoy—No me quiero detener, me lleno de celos viéndote con ese tipo—Bajando por su cuello, dejando besos húmedos en el camino.—No te detengas—Abrió los ojos como dos platos, cuando esa boca con la que había soñado en secreto, se apoderaba de sus pechos, nunca antes había permitido que alguien llegara a ese punto, pero lo olvido cuando sentía un calor llegar hasta todo su cuerpo, nunca en su vida alguna sensación se comparaba con esa.—Quiero hacerte, mía, necesito hacerlo — Tomándola de la mejilla, viéndola a los ojos, con un brillo de lujuria en ellos, ella respondió metiendo sus manos dentro de su camiseta, era inexperta, pero era como señales silenciosas que sabía que debía seguir. ¡Por Dios era virgen! Pero estaba ahí, dispuesta a perderla con el hombre que la enfa
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—Parece un edecán y no mi asistente, no sé cómo permití que venga vestida de esa forma.—Mire, creo que no todos piensan lo mismo, tengo dos tarjetas de presentación y solo tengo media hora aquí—Bastián tomaba su trago de un solo golpe, estaba que hervía de los celos, todos los hombres en esa sala la observaban con lasciva, eran miradas perturbadoras, que lo hacían rabiar y hablar con esa misma, claro que lucía hermosa, más que perfecta, su belleza sumada a esa caballera de fuego le daba un toque exótico, tenía que alejarse y confundirse con la gente, porque de lo contrario no iba a poder contenerse.—Sí, claro, cómo no, tengo cosas más importantes que hacer y ni se le ocurra socializar con nadie aquí, para eso estoy yo ¿Entiende?—Sí, señor, claro que entiendo.Se alejó de ella, también porque había visto a un viejo socio, uno que le interesaba mucho hacer negocios en un futuro.—Alejandro Winston, no pensé encontrarte aquí.—Bastián Barbieri, la cabeza de Barbieri Enterprise, qué g
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—No lo hagas—Lograba susurrar, mientras él se apoderaba de su cuello, metiendo su mano por debajo de aquel vestido que lo había vuelto loco desde que se lo vio puesto, cada abertura, cada espacio que no cubría su piel, la deseo desde el momento uno, le costó tanto contenerse, pero verla bailar así, frotarse así con ese sujeto, lo saco por completo del autocontrol que estaba inútilmente mantener.—Eso dices con tu boca, pero su cuero grita otra cosa, tus manos me están recorriendo como mi boca lo hace con tu cuerpo.Un gemido salió de su boca, cuando él mordió sus pechos por encima de la tela del vestido y con la otra mano lo acariciaba con tanto ímpetu, que la estaba desestabilizando, ella trataba de no demostrar esas ganas que le tenía, su dignidad no la dejaba, pero ahí estaba él tratando de llevarla al límite, aun abismo sin retorno.—Por fa— no terminó la frase, cuando él le subió el vestido casi al borde de sus pechos, para besar cada parte de su piel, le separó las piernas de go
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HORAS ANTES—¿Qué hiciste qué? Mujer era coquetear un poco, no, hay, preciosa. ¿Te enamoraste?—¡No! Claro que no, solo que no sé la verdad. Tengo claro que aún odio a Franco, de eso estoy segura, pero cuando Bastian me besó la primera vez la otra noche.—¿La otra noche? Mujer, yo soy tu almohada, tu pepe grillo, no puedes lanzarme una bomba como esa, así nomás.Elizabeth, estaba sentida con todo lo que estaba pasando, ya ni sabía que estaba hablando, solo necesitaba desahogarse y Antuhant estaba siempre ahí para escucharla, para entenderla y jalarle las orejas si era necesario. Pero en esta ocasión sabía lo que le diría.—Sí, me besó hace unos días, nunca me había sentido de esa manera ni cuando era novia de Franco.—Del perro dirás, mujer, esos son de rasa diferente y está claro quién es el chusco. Mujer, ese hombre te vuelve loca. Si no fuera así, no te hubieras entregado a él, pero ¿qué vas a hacer? Después de lo que pasó entre ustedes no va a ser fácil, se supone que la primera
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