La tarde continuó su curso, y aunque había planeado mantener una distancia emocional, encontré que estar en compañía de Emily era… interesante. Eso, o estaba perdiendo el juicio. Habíamos terminado de comer el helado, y ahora caminábamos por el parque, sumidos en una conversación trivial que giraba en torno a los gustos personales de Emily. —¿Entonces, prefieres los gatos o los perros? —le pregunté, sintiéndome un poco ridículo por preguntar algo tan mundano. Emily me miró con sorpresa y diversión, como si no esperara que yo, el temido rey de los brujos, me interesara en algo tan banal. —Perros, obviamente —respondió, sacudiendo su melena pelirroja—. Pero los gatos también me gustan. Son independientes, como yo. No pude evitar una sonrisa. Claro, ella se veía a sí misma como independiente, como si no necesitara a nadie. La realidad, sin embargo, era que estaba cada vez más bajo mi influencia. —¿Y tú? —preguntó Emily, devolviéndome la pregunta—. Aunque, déjame adivinar… ¿ni uno ni
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