CRISTINE FERRERAAl llegar a la universidad, después de dejar a mis bebés en la escuela, tuve que lidiar con las miradas inquisitivas de mis compañeros. Era extraño, comprendía que algunos me vieran como un bicho raro, pues era más grande que la mayoría y parecían juzgarme por eso. ¡Ya saben! Nunca falta ese grupo de personas que sin conocerte parecen saber muy bien cómo vivir tu vida y lo único que saben es criticar, pero no ayudar. ¡Odio a esa gente que usa la boca solo para lastimar, en vez de hacerse responsables de su propia vida!, pero hoy… había algo diferente, no solo eran los criticones habituales, sino parecía que en general el alumnado, así como maestros, me repudiaban.Entré al salón sintiéndome confundida. Era como esa pesadilla recurrente donde llegaba en ropa interior sin darme cuenta, pero al pellizcarme el brazo me percaté de que no era un sueño. ¡¿Qué estaba pasando?!—¡Chicos! ¡A sus lugares! —exclamó el profesor entrando detrás de mí—. ¡De por sí ya vengo tarde, n
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