Todos los capítulos de La chica de las caras rotas: Capítulo 11 - Capítulo 20
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Desde otra perspectiva (parte 2)
—¿De qué profesor fue el niño que casi atropella la moto en la entrada del centro? —pregunté a Sarita en la recepción.—Ah… a Rousse —me respondió con rapidez y algo de temor.Rápidamente me acerqué a la puerta del salón y la abrí, allí estaba ella, sentada al lado de una niña que leía en voz alta algunas palabras. Me acerqué con rapidez hasta la mesa y puse mis dos manos sobre el respaldo de la misma, dejando caer el peso de mi cuerpo sobre mis manos.Rousse, cuando sintió mi presencia y alzó la mirada, dio un pequeño brinco de miedo y sorpresa.—Pro-profesor… —soltó, después intentó calmarse.—¿Cómo es posible que seas tan descuidada? —Pregunté con tono serio—, estás aquí, tan tranquila, cuando uno de tus estudiantes estuvo a punto de ser atropellado por una moto.—¡¿Qué?! —soltó consternada.La niña que estaba presente comenzó a llorar. Lily la abrazó para que no siguiera asustándose.—¡Por Dios! —Se levantó de la silla, pero tomó a la pequeña de una mano—, ¡¿dónde está?!—¡No debe
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Los ojos y la sonrisa del ángel
¿Por qué las personas llenas de más bondad son las que sufren más en este mundo?Rousse siempre agachaba la mirada cuando alguien la maltrataba, no importaba si esa persona estaba equivocada, si tenía la razón, ella siempre hizo silencio. Pero, cuando era de ayudar a alguien, siempre lo hizo sin dudarlo.Pero Rousse nunca tuvo a alguien que la ayudara cuando más lo necesitaba.Hasta ese día, cuando mis brazos la sostuvieron mientras sus pies colgaban en ese precipicio.Ella no quería que la salvaran, Rousse había elegido saltar, abandonar esta vida. Yo fui el que se entrometió en su decisión y se lo impidió.Cuando la ayudé a traerla al otro lado de la baranda, no fui capaz de decirle palabras de valor que la hicieran reflexionar, de hecho, sentía que sólo empeoraba el momento. Rousse se sentía muy intimidada con mi presencia y no era capaz de verme a los ojos, de hecho, parecía que era mucho peor el que yo la hubiese visto que el hecho de saltar de un puente.Después de entregarle su
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Los ojos y la sonrisa del ángel (parte 2)
—Vaya, lo que me cuentas es muy grave —expresó—. ¿Qué hiciste al respecto? ¿Fuiste capaz de ayudarla?—Sólo pude correr hacia ella, impedir que se aventara del puente —inspiré profundamente—, pero no logré decirle nada. Hoy intenté hablar con ella, decirle que quiero ayudarla, pero no fui capaz de decir ni una sola palabra. Rousse me tiene miedo y se nota que no lo está pasando nada bien con que yo sepa que estuvo a punto de suicidarse… Me está volviendo a suceder, doctora, la historia se repite. ¿Y si Rousse vuelve a intentar quitarse la vida?—A ver, espera, Alejandro, vamos por parte —pidió para tranquilizarme—. ¿Por qué dices que esta chica… Rousse, te tiene miedo?—Bueno… no lo sé. Ella por naturaleza se ve que es algo tímida, y bueno… una vez la regañé en el trabajo, creo que es por eso que me teme.—¿Por qué la regañaste?—Descuidó a uno de los niños del centro y una moto estuvo a punto de atropellarlo, por eso la regañé.—Pero sólo estabas cumpliendo con tu trabajo.—Sí, pero m
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Tercera cara: coraza
Ver ese rostro femenino observarme de cerca mientras estaba teniendo un ataque de pánico fue… horrible.Era Ana, la novia del chico que me gustaba. Genial… no podía ser más incómodo el momento.—¿Qué sucede? —preguntó tornando su rostro preocupado.Pasé saliva. No era capaz de hablar.—¿Estás bien? —insistió.Me tomó de un brazo. ¡No… no quería contacto físico!Me alejé un paso y eso hizo que soltara su agarre.—Ah… es que… —barrí con mi mirada nuestro alrededor; bien, no había nadie más aparte de ella.—¿Tienes cólicos? —preguntó, mientras bajaba la mirada hasta mi vientre.Me di cuenta que llevaba una mano apoyada en mi barriga; bueno, para mí era algo que hacía inconscient
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Toma mi mano
—Espérame a la salida —pidió, titubeó un momento—. Nos iremos juntos a la salida, de ahora en adelante.—No es para tanto —repliqué mientras entrecerraba los ojos—. No intentaré aventarme del puente.Endureció mucho más su mandíbula y noté que le incomodaba escuchar el que yo hablara de manera tan tranquila sobre el suicidio.—Veo que ya te sientes mejor —me barrió de pies a cabeza—. Tus alumnos deben estar esperándote. Quince minutos después, pude regresar a mi trabajo. Agradecí que ya la mayoría de los profesores estaban ocupados recibiendo a sus alumnos, organizando todo para comenzar sus clases, así que no me preguntaron mucho, sólo si me sentía mejor. Después, el estar rodeada de mis alumnos me distrajo por el resto de las horas y eso me relajó en gran
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Cuarta cara: hipocresía
Puedo asegurar que el límite de Lily Rousse es aceptar a una persona en su vida. Ella es la chica más leal que he conocido en mi vida: ella es capaz de hacer lo que sea para poder obtener algo y más si se trata de una persona que ama. Es impredecible y siempre tiene algo nuevo que contarme, a su lado todos los días son diferentes y siempre tiene algo nuevo por mostrar.Su sonrisa es tan auténtica y sus ojos rebosan amor por la vida. Se nota que vive la vida un día a la vez y lo hace de una manera en que aprovecha cada instante.Sí… lo sé… debes estar pensando que eso no concuerda con nada de lo que te he contado hasta el momento.Bueno, eso es porque te estoy contando sobre la Lily Rousse que es ahora, la que ríe a todo pulmón y canta mientras juega con los niños del centro Rousseau mientras los hace saltar y carcajear de alegría.Es esa misma que todos los d
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Cuarta cara: hipocresía (parte 2)
Vivía en una pequeña calle algo empinada, la carretera estaba perfectamente pavimentada y las casas todas eran de dos pisos, denotando que en algún momento habría sido una urbanización con casas casi iguales, pero que ahora no había rastro de ello por alguna parte y parecía que los propietarios competían por quién tenía la mejor fachada moderna o el auto más caro.Se veía bastante tranquila aquella calle, con grandes árboles y carros parqueados en los terrenos con jardines enrejados por portones de colores sobrios como el blanco, negro y gris.La casa de Rousse quedaba en lo más alto de la pequeña empinada calle y se podía ver desde allí una gran vista de la ciudad; algo que me encantó, porque debía ser espectacular la panorámica a eso de las ocho de la noche. Me gustaba que se apreciaba desde allí la línea de edifici
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Pisadas en falso
Pasé casi toda la noche del domingo adelantando trabajos en mi habitación, tratando de no explotar por lo que había pasado el viernes. Bueno, no pensar en todo aquel día turbulento que tuve. Hacer… como si nada hubiese pasado en el centro de desarrollo.Mi hermana dormía con auriculares puestos y dándole la espalda a la lámpara que reposaba encendida sobre la mesita de noche. A veces me preguntaba si algún día podía ser como ella, así, toda desinteresada por lo que pasa a su alrededor; bueno, en su casa, porque al resto de la sociedad, su sociedad, ella sí que era muy atenta.A eso de las cinco de la mañana decidí enviarle un mensaje a Gabriel. Ya sabía que en Argentina eran las siete de la mañana y lo más seguro es que él estaría despierto. Bueno, eso creía yo:¿Qué puedo hacer si mi futuro superior
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Pisadas en falso (parte 2)
—¿Y por qué te estaba llevando? La verdad es que me sorprendí un montón cuando te vi bajar de aquella moto, que, por cierto, ¡está bellísima, qué imponencia!Estábamos caminando por los pasillos de la universidad para dirigirnos a nuestra siguiente clase, sin embargo, mi estómago comenzaba a rugirme por el hambre abrazador.—No me sentía bien y decidió llevarme a casa —respondí mientras llevaba el brazo que ella no tenía atrapado hasta la boca de mi estómago.—¿Qué te pasó, nena?—Nada importante, sólo eran cólicos.—¿Pero a ti ya no se te había ido el periodo?Pensé antes de hablar.—Sí… pero no era ese tipo de cólicos, era que había comido algo que me hizo mal.—¡Anda!, ¿qué
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Quinta cara: todo está bien
Yo estaba acostada en mi cama. Recuerdo levantarme por el malestar que hizo reaccionar a mi cuerpo, despertando ese instinto de supervivencia que lo hacía aferrarse al delgado hilo de vida que estaba a punto de romper.Mi paladar estaba amargo y el burbujeo de mi estómago invadido por pastillas me quemaba la garganta.Esa tarde estaba sola: era la oportunidad que por muchos meses había esperado, porque sabía que, en mi casa, nadie podría irrumpir mi intento de suicidio. Y ahí estaba, con los oídos absortos de silencio que deambulaba por la habitación.El mover mi mano para tomar el celular que reposaba a mi izquierda era verdaderamente cansado. La agonía comenzaba a acostarse sobre mi cuerpo y me susurraba al oído que pronto comenzaría a descender por las escaleras de la muerte.Pero… ¿entonces por qué quería revisar en mi celular si había alg&u
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