Omar Del Valle Andrés me miraba con muchísimo odio, sus ojos destilando rencor. Podía sentir que me consideraba un hijo de puta, alguien que había jugado con sus dos hijas. Emily, por otro lado, estaba visiblemente molesta conmigo. A pesar de todo, no podía evitar pensar en lo hermosa que se veía en ese momento. Su cabello rubio, despeinado y brillante, enmarcaba su rostro, y sus ojos, como el cielo despejado, reflejaban una mezcla de rabia y tristeza. Pero lo que más me llamaba la atención era su pancita, que comenzaba a asomarse. Era un recordatorio constante de que, a pesar de todo lo que había pasado, había algo hermoso en medio del caos. Mi princesa era perfecta, incluso en su ira. —¿Qué haces aquí, Omar? —preguntó Emily, su voz tensa, llenando el aire con una mezcla de dolor y furia. —No es evidente, cariño, yo quiero conocer a nuestro bebé. Sabes que tengo todos los derechos sobre ustedes.—respondí, intentando mantener la calma, aunque sentía la adrenalina correr por
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