La noche cayó como un manto pesado sobre la mansión, sofocando cualquier vestigio de vida. El tic-tac del reloj en la pared marcaba el paso de cada segundo, pero para Blake, el tiempo parecía haberse detenido. Sentado junto a la cama de Maddie, apenas podía respirar. El rostro de ella, pálido y frágil bajo la luz tenue, le recordaba a un espectro, una sombra de la mujer fuerte y desafiante que había conocido. Él ni siquiera quería soltarle la mano por temor a que ella no despertara. Y si se despertaba, quería ser el primero en verla, para asegurarse de que ella estuviese bien. Apoyó su cabeza sobre la cama, aun padecía las consecuencias de su estado de ebriedad, pero no se dejaría vencer por el cansancio, tenía que estar ahí para ella. La fiebre no cedía. El sudor perlaba la frente de la joven, pero sus labios estaban secos, agrietados. Blake le pasaba con cuidado un paño húmedo por la frente y con otro paño mojaba sus labios, intentando bajar la temperatura, aunque no podía evita
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