REBELDÍA. Después de unos minutos que parecieron eternos, Alana se levantó del suelo, limpiando las lágrimas de su rostro con manos temblorosas. Sabía que no podía permitirse el lujo de ser débil. Tenía que mantenerse fuerte, aunque fuera solo por pura obstinación. No podía darle a Ángelo la satisfacción de verla derrotada, y mucho menos mostrarle su debilidad.Se detuvo frente a él, observando su reflejo. Lo que vio la perturbó: una mujer que apenas reconocía. Sus ojos, normalmente llenos de vida, ahora estaban opacos y cansados. Su piel, antes radiante, estaba pálida, casi fantasmal bajo la luz suave de la habitación.—¿Quién eres? —susurró, sintiendo un nudo en la garganta.Tenía apenas 22 años, por lo que había visto en el acta de matrimonio, Ángelo Denaro tenía 36, pero eso no significaba que también podía ser inteligente, y en eso radicaba hacerse la pendeja en muchas oportunidades.Después de darse un buen baño, se dirigió al vestidor y comenzó a revisar la ropa que había sido
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