Santos Desde que el padre se llevó a Guille había tenido a mi pulga abrazada a mí, era como si nos habláramos, ella no había dejado de llorar, tampoco sé en qué momento nos alejamos o si la gente se alejó para darnos un espacio. Besé su cabello, la aferré más a mi cuerpo, no iba a perderte Pequeña, pero ahora no estaba listo.—¿Te estás despidiendo Santos?No quería hacerla esperarme, no seré tan egoísta para retenerla, porque aún no sé qué pasará en mi vida.—Tengo demonios que matar primero, María Constanza. —Sus lindos ojos enrojecidos me miraron.—¿Tardarás mucho? —Se fue alejando poco a poco.—Lo que deba tardar, —el silencio volvió a reinar—. No me esperes, —intentó hablar—. No voy a someterte a una espera. Conoce, vive, sigue dando luz a la gente que te rodea.Como me dolieron estas palabras, pero no iba a someterla a una espera, yo no sé si lo haga en meses o en años.—Entonces, ¿esto es un adiós definitivo? —El labio le tembló.—Sí, cuando esté listo te buscaré.—Y si ya
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