RIHANNON El silencio en la habitación era abrumador, un eco de mis propios pensamientos que retumbaban en las paredes. La luz del atardecer se deslizaba a través de las cortinas, proyectando sombras alargadas que parecían burlarse de mi dolor. Me encontraba sentada en el borde de la cama, con las manos entrelazadas, tratando de encontrar consuelo en un mundo que había perdido toda lógica. La ausencia de mi hija, la joven y valiente Iris, se sentía como un vacío en mi pecho, un abismo oscuro que devoraba cualquier destello de esperanza. —¿Dónde estás, Leni? —susurré, mis ojos se llenaron de lágrimas que amenazaban con desbordarse. La imagen de su sonrisa, su risa contagiosa, se desvanecía en mi mente, reemplazada por la cruel realidad de que podría haberla perdido para siempre. La idea de que su vida se había extinguido al dar a luz a un niño maldito, un niño que llevaba consigo la sombra del diablo, me consumía de rabia y desesperación. Entonces, un golpe en la puerta interrumpió
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