BárbaraBastián no dijo nada durante el resto del camino, y Bárbara decidió guardar silencio también. Había algo pesado flotando en el aire, una carga compartida que ninguno parecía dispuesto a mencionar.Una hora después, notó cómo Bastián comenzaba a cabecear, sus párpados luchaban por mantenerse abiertos hasta que finalmente se rindió al sueño. Su cabeza se apoyó contra el vidrio, y el movimiento del tren lo hizo inclinarse de forma incómoda. Bárbara lo observó por un momento, y luego, sin pensarlo demasiado, se quitó la bufanda que llevaba al cuello, enrollándola con cuidado para improvisar una almohada.Se inclinó hacia él con delicadeza, sus manos trabajando con precisión para no despertarlo. Levantó suavemente su cabeza, y en el proceso, algunos mechones de su cabello cayeron sobre su frente, dándole un aire más juvenil, casi despreocupado. Bárbara colocó la bufanda entre su cuello y el vidrio, ajustándola para que su cabeza descansara mejor.Cuando volvió a sentarse, vio cómo
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