Maximus avanzaba con una elegancia innata, sus pasos firmes resonaban como un eco de determinación en el ambiente tenso. A medida que se acercaba, los guardaespaldas de James se alineaban como sombras imponentes, pero su presencia no hacía más que resaltar el magnetismo que emanaba.Cuando sus miradas se encontraron, el aire se volvió espeso, azul como el cielo, negro como la noche, era como si el tiempo se detuviera por un instante. En los ojos de James brillaba una mezcla de desdén, desafío, ira, pero en el rostro de Maximus no había titubeo; su mirada, fría y calculadora, era un reflejo de su confianza inquebrantable.Inglaterra, a su alrededor, parecía temblar levemente, como si la tierra misma reconociera la inminencia del enfrentamiento. Sin embargo, era Maximus quien, a pesar del peligro palpable, continuaba avanzando. Cada paso que daba era una declaración de que no había nada que temer, que estaba allí para reclamar su lugar en el juego del poder. Su postura erguida y su port
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