Alister extendió las comisuras de sus labios y una sonrisa ligera, casi juguetona, se dibujó en su boca, una que contrastaba con el peso de la tensión que habitualmente los rodeaba. Intentaba, en su propio estilo tosco, suavizar la conversación con un toque de humor.—Bueno, no te lo estoy pidiendo en realidad. Tampoco te lo estoy exigiendo. Solo te comento lo que me haría bien, pero no es algo que yo pueda obligarte a hacer. Sin embargo, si alguna vez quieres ayudarme, no rechazaré tu amabilidad.Samira entrecerró los ojos. Se dio cuenta de que Alister trataba de ser simpático para aligerar el ambiente. Pero, a pesar de lo que él intentaba, las cosas entre ellos no eran tan simples.—Por supuesto que no puedes obligarme —respondió ella con firmeza—. Sabes perfectamente cómo están las cosas entre nosotros.Alister asintió, sin perder la sonrisa, pero su tono se tornó algo más serio.—Sí, ya lo sé —admitió, bajando ligeramente la mirada como si las palabras pesaran más de lo que quería
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