Alister cruzó la mansión con pasos firmes, pero en su interior se sentía derrotado, en lo que arrastraba consigo a Ofelia, la sirvienta que sollozaba en silencio. Su rostro estaba empapado en lágrimas, sus párpados se encontraban hinchados y rojos, los cuales reflejaban un profundo sufrimiento emocional. Él, sin embargo, seguía avanzando sin mirar atrás, completamente sumido en sus pensamientos. Todo lo que pasaba por su mente era un torbellino caótico, una maraña de culpa, remordimiento y una tristeza imposible de controlar.De repente, al girar una esquina, se encontró cara a cara con Samira. Precisamente la andaba buscando para que ambos pudieran regresar a la ciudad, pero el impacto de verla después de todo lo que había descubierto fue inmediato. El tiempo pareció detenerse mientras los dos se miraban. Alister sintió cómo su corazón se encogía en el pecho, golpeando con dolor. Todo en ella, desde su postura hasta su expresión, le recordaba lo que había perdido. Samira le devolvió
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