Por un momento, Irene se sintió un poco aturdida. Era como si realmente se hubiera casado con el hombre que amaba, y el hombre que yacía a su lado en ese momento, también la amaba sinceramente.Pero pronto, el sonido del teléfono interrumpió sus pensamientos. Diego, sin abrir los ojos, extendió la mano para tocar el teléfono y contestar.—¿Quién es?Después de escuchar lo que había al otro lado, Diego se incorporó.—Lola, no llores, iré enseguida.La manta se deslizó, revelando su pecho y abdomen perfectamente tonificados, su espalda recta, hombros anchos y caderas estrechas. Irene soltó una risa fría, regresando de su ensoñación, y con su pierna sana, le dio una patada a Diego. Él, completamente desprevenido, aunque ágil, no pudo evitar el golpe y cayó al suelo con un estruendo, mirándola con una expresión de confusión.—¿Quién te dio permiso para acostarte aquí? —Irene habló en un tono helado—. ¿Qué dijiste anoche? ¿No eres alguien que siempre cumple sus promesas? ¿Por qué has roto t
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