Ella pensaba que la herida sanaría sola en unos días, sin necesidad de aplicar ningún tipo de medicamento. Marina se recostó contra la puerta del auto, mientras Diego la miraba fijamente.—¿Te acercas tú o me acerco yo?—Prefiero ninguna de las dos.Diego soltó un suspiro exasperado y, sin esperar más, se movió de inmediato hasta su lado, abrió la pomada y, con una determinación inquebrantable, tomó la mano de Marina para aplicarle el medicamento. Su piel era muy clara, y la marca roja e inflamada de la herida resaltaba aún más. Diego, mientras aplicaba cuidadoso la pomada, tenía una expresión seria y concentrada, muy diferente a su habitual despreocupación.Mientras él la curaba, Marina recordó lo que Yadira le había contado, y sintió cómo las lágrimas comenzaban a nublar en ese momento sus ojos. Según Yadira, había pasado la noche con un vagabundo, un total desconocido.Diego terminó de aplicar el medicamento y, al levantar la vista, notó que los ojos de Marina estaban ligeramente
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