De repente, el llanto de mi hija resonó en la habitación. Para mí, fue como una melodía, la más hermosa que jamás había escuchado. Luis José, con manos temblorosas, cortó el cordón umbilical. El médico sonrió y me entregó a la bebé. —¡Felicitaciones!, exclamó. —Eres la madre de una hermosa niña. Está saludable y preciosa. Bueno, los felicito a ambos. Luis José sostuvo a nuestra hija en sus brazos, tenía sus ojos llenos de emoción. La besó en la frente y la acostó con delicadeza sobre mi pecho. —Mi amor —, susurró, —es nuestra hija, fruto de nuestro amor. Mira qué linda es, se parece a ti. Ana Paula… te amo. Las amo a las dos. A partir de ahora, no me separaré de su lado. En ese instante, una oleada de sentimientos me invadió. Ver a ese pequeño ser, parte de mí y del amor que aún existía entre Luis José y yo, era algo mágico. Me di cuenta de que no lo había olvidado, que seguía enamorada como el primer día, solo había huido durante todo ese tiempo, tratando de escapar de lo que
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