Todos los capítulos de Hijos del pecado. Un romance prohibido: Capítulo 21 - Capítulo 30
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Capítulo 21. Tú no me conoces.
El cielo estaba cubierto por una espesa capa de nubes grises, tan apretadas entre sí que parecían gruesas motas de algodón amontonadas dentro de un recipiente estrecho.Cada cierto tiempo podían divisarse rayos surcándolas. El sonido atronador que los acompañaba le erizaba la piel a Jimena. Nunca había temido a una tormenta, pero vivirlas en aquel lugar era diferente.La casa estaba ubicada en la cima de una colina. El horizonte despejado a su alrededor permitía el avance indetenible del viento que se estrellaba contra los cristales de las ventanas cerradas haciendo estremecer las bisagras.«Esta casa es tan resistente como un poderoso rascacielos», comentó Malena para tranquilizarla antes de encerrarse en su habitación con Goyo.Ninguno de ellos estaba inquieto por la pronta llegada de la tormenta. Llevaban años en ese hogar y atravesaban situaciones similares cada año, o tal vez, peores. Pero para ella era una experiencia nueva que superaba sus expectativas.Resignada a no dormir es
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Capítulo 22. La excursión.
Llegado el domingo, David procuraba tomar todo lo que necesitaba para realizar la excursión de senderismo en la que se había anotado con Jimena, al tiempo que esquivaba el acoso de Amanda.La mujer sabía desde el día anterior que él pretendía realizar solo una caminata por las montañas, como en ocasiones acostumbraba.Quería asentar las ideas en medio de la tranquilidad que le aportaba la naturaleza y así diseñar proyectos más efectivos.—Te prometo que no seré una molestia para ti —expuso la rubia en un intento por convencerlo de que la llevara.Ansiaba pasar el mayor tiempo posible junto a él. Pero David en esa región se le presentaba más escurridizo de lo normal.Las incontables veces en que lo había visitado en Londres, él le respondía con mayor calidez, aunque nunca logró que fuera totalmente cariñoso con ella.—Ya te lo expliqué, Amanda. Si hago esta actividad es para buscar soledad.La mujer se detuvo en medio de la habitación con los brazos cruzados en el pecho y con un pucher
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Capítulo 23. Un abrazo al enorme árbol.
—En 1843 los primeros colonos llegaron a estas tierras provenientes de pueblos de la Selva Negra, al suroeste de Alemania. Se mantuvieron durante años aislados del resto del país, lo que les permitió conservar sus tradiciones como su lengua: el badischen (dialecto de Baden), sus comidas, fiestas, vestimentas y bailes.Narraba con soltura Diógenes mientras los excursionistas admiraban los alrededores del pueblo asentado sobre un terreno accidentado, que seguía el irregular contorno de la montaña.—La aventura comenzó el 18 de Diciembre de 1842, cuando llegaron a pie al río Rin, para tomar unas barcazas que los llevó al puerto fluvial francés de Estrasburgo —continuó—. Al llegar allí recorrieron a pié el largo camino invernal del norte de Francia por veintiún días, hasta llegar al puerto Le Havre y tomar el 19 de enero de 1843 la fragata francesa Clemente, trayéndose consigo una imagen de San Martín de Tours, patrono de los viajeros, que es la que actualmente se encuentra en la Iglesia
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Capítulo 24. Abrigados por la sombra del cedro gigante.
Minutos después, cuando los turistas ya estuvieron satisfechos, el grupo siguió su camino.Andaría un poco más por la selva hasta llegar al rústico, que los esperaba en un punto cercano, y luego los trasladaría a un parador turístico donde se encontraba un mirador que ofrecía una hermosa vista de las montañas y del pueblo, así como diversos puestos de comidas, dulces y regalos.Finalmente visitarían una fábrica de vinos, donde conocerían cada uno de los procesos de su elaboración.Pero, como lo habían acordado, David y Jimena se quedaron allí. Él estaba muy familiarizado con la zona. En el pasado había trabajado como guía para la empresa de Elías y podía llegar sin inconvenientes al parador turístico a pie.En ese lugar paraban unos jeeps que servían de transporte público y los trasladarían al pueblo.Al marcharse el grupo, David se acercó a Jimena. La joven se hallaba sentada sobre una de las raíces y acariciaba con devoción un tallado que se encontraba en una de ellas.—Aunque ese t
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Capítulo 25. Sucumbir al deseo.
Después del beso, se quedaron un rato más cerca del gran cedro. Inspeccionaron la zona con intención de conocer la vegetación y la fauna.Jimena escuchaba complacida las explicaciones de David sobre cada cosa que descubrían, al tiempo que compartían sensuales caricias y besos arrebatados.El nivel de paz y felicidad que ambos experimentaban en aquel lugar los tenía caminando sobre nubes.Sin prisa se dirigieron, tomados de la mano, hacia el parador turístico. Disfrutaban del paisaje, de las vistas que se presentaban al llegar a alguna colina y de los pequeños riachuelos.Almorzaron salchichas de Nuremberg con pan tovareño y repollo blanco macerado al vino, una de las tantas exquisiteces tradicionales de la región, para luego dirigirse al pueblo, donde la dura realidad los esperaba con los brazos abiertos.Se despidieron en medio de un tenso silencio antes de cruzar el arco que daba entrada a la Colonia Tovar, con besos y miradas cargadas de anhelos y súplicas.Luego cada quien tomó su
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Capítulo 26. Amarse a escondidas.
Por un par de semanas esas escapadas le sirvieron para desahogar sus ansias, pero el pueblo era muy pequeño para que pasara desapercibida su relación, ellos lo sabían.Sin embargo, no querían atormentarse aún con los problemas que podían crearse, sino vivir el momento, antes de que la tranquilidad llegara a su fin.En una oportunidad acompañaron a Elías Hamed a Puerto Maya, un pueblo pesquero cercano a la Colonia Tovar y perteneciente a las costas del estado Aragua.Destino que la empresa de turismo quería ofrecer en un paquete promocional más completo, que no solo incluyera una visita de una tarde, sino la posibilidad de hospedaje y con diversiones adicionales.Elías necesitaba planificar con el dueño de una de las posadas de la zona los costos de esas excursiones y la forma en que compartirían las ganancias.Salieron de la Colonia una mañana fría arropados por una cortina de suave neblina. Se internaron por la montaña sobre uno de los vehículos de doble tracción de la empresa de tur
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Capítulo 27. Peligros a la vista.
Con ayuda de una rodilla David le abrió las piernas e introdujo su mano para alcanzar su intimidad.—Ohhh, esto va estar muy bueno —declaró al sentirla resbaladiza, y sumergió la lengua dentro de la boca femenina.Jimena se rindió al oleaje de emociones que se desató en su interior. Rodeó el cuello de David con los brazos para sostenerse y abrió aún más las piernas, permitió que él apartara la tela del bikini y la poseyera allí, de una sola estocada.Sus frentes se unieron mientras sus cuerpos danzaban en un ritmo frenético bajo el agua, que ahora se sentía cálida. Se entregaron sin reservas, olvidándose por completo de los alrededores, del mundo y de ellos mismos.Ella se arqueó embriagada por el placer, lo que le concedió a él una oportunidad para alcanzar con la boca sus senos.Le apartó la tela del traje de baño y succionó con hambre la punta erguida de uno de sus pezones. Lo frotó con la lengua, al tiempo que se empuñaba más a ella hasta hacerla lloriquear y pedirle más.La implo
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Capítulo 28. Fecha límite.
La estadía en la Colonia Tovar, para ambos, se alargó más de lo que habían planificado. Después de un mes David aún no cosechaba las tierras que Leonel Acosta le había asignado, ni Jimena lograba obtener la titularidad de la propiedad que le dejó en herencia su madre.Los asuntos se le complicaban y la única forma de no caer en la desesperación era manteniendo una doble vida. Por un lado se hallaban en sus amargas realidades y por el otro, en un dulce idilio que cada día los unía más.David comenzó a sentirse incómodo con aquella situación. Anhelaba estar con Jimena, pero sabía que ella estaría siempre mezclada a una familia que lo evitaba a toda costa y a él cada vez se le hacía más difícil eliminar los pesos que le habían impuesto al regresar a ese país.En su cabaña aún estaba Amanda, dormía cada noche con ella a pesar de que procuraba evitarla, pero tampoco la alejaba de su lado.No sabía cómo hacerlo sin que su familia o la de ella se involucraran en el conflicto. Estaba con las
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Capítulo 29. Una visita inesperada.
Ese mismo viernes de agosto, David regresó a su cabaña más cansado de lo habitual.Ese día había trabajado hasta la extenuación: enriqueció el terreno de una de las propiedades para iniciar pronto con las cosechas y se reunió con representantes del gobierno local para acordar diversos temas legales.Quería darse un largo baño con agua caliente y meterse bajo las sabanas para dormir durante horas. Sin embargo, al ver detenido frente a su casa el auto de su familia, masculló varias maldiciones antes de salir resignado de su vehículo.—Efraín Contreras —saludó al moreno que se hallaba recostado de la carrocería del auto visitante y mantenía una mano guardada dentro de su grueso abrigo, los hombros encogidos y un cigarrillo a medio consumir en su otra mano—. ¿Tienes frío?—Joven David —respondió el chofer y le mostró una sonrisa algo forzada por lo entumecida que tenía las facciones—. ¿Cómo puede sobrevivir en un lugar como este? —expresó estremecido.David se recostó en el auto, junto al
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Capítulo 30. Súplicas de madre.
La cocina era tan pequeña como el resto de la cabaña, con una cocina empotrada fabricada en madera y fórmica en un costado, y del otro un mesón pegado a la pared, que servía de mesa.Allí se encontraba su madre, la sofisticada y hermosa Alicia Salazar de León, hija de un renombrado escultor y empresario del país y de una poetisa ya fallecida.Sobrina de un Obispo de la iglesia católica, tía de un sacerdote y de una reconocida médico cirujano, quien además, dirigía una de las clínicas más prominentes del país.Una dama acostumbrada a relacionarse en los círculos sociales, religiosos y culturales de mayor relevancia, quien seguía con celo las tradiciones y protegía con rigurosidad la imagen familiar, así como su propio comportamiento.Costumbre que demostraba en la forma elegante en que estaba sentada sobre una delgada banqueta, con la espalda recta y los antebrazos apoyados con delicadeza en el borde del mesón, mientras revolvía con una cucharita el té de hierbas que habitualmente toma
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